domingo, 13 de noviembre de 2011

III. ARTILLERÍA ALEMANA



13 de junio de 1964. Huensfeld. Alemania. En los corredores de la cárcel solo se oyen molestos ruidos y gemidos procedentes de las celdas que los adornan. Al final del pasillo se encuentra la sala de interrogatorios interna. Pasos de alguien hacen eco en las paredes. Los presos se revolucionan como siempre al ver a gente externa a la cárcel. Sacan los brazos de la celda y hacen retumbar los barrotes solo para armar alboroto. Algunos gritan, ríen bruscamente o hacen groseros comentarios insinuantes a los visitantes.


Caleb Six miraba por encima del hombro a los delincuentes mientras recorría el pasillo junto al profesor Montana para llegar a la sala de interrogatorios.

-¿Crees que te harán caso? No te he preguntado como lo vas a hacer pero, ¿no crees que es un poco difícil sacar a un preso de la cárcel cuando no tiene nada que ver contigo? –

Preguntó el chico al profesor ignorando las rudas insinuaciones que los encarcelados le dedicaban. Montana, como siempre, se mostraba imperturbable a la pregunta.

-No te preocupes. Lo tengo controlado. Tu solo dedícate a hacer acto de presencia y a escuchar. – Le ordenó a Caleb.

El profesor abrió la puerta de la sala. Tras ella había tres personas, además de los guardias. Dos de ellos eran serios. Vestían con traje de chaqueta y camisas oscuras. Estaban situados enfrente de un joven esposado de aspecto abandonado e intimidante. Su piel estaba llena de rasguños. Era robusto y su cabello era del rubio alemán predominante del país. Cuando oyó entrar a los visitantes casi no se inmutó, solo ladeó la cabeza para echar un vistazo, ya que se hallaba de espaldas a la puerta. Caleb pudo apreciar levemente su cara al avanzar hacia el interior de la sala. La tez era pálida, sus labios eran gruesos pero estaban repletos de cortes y heridas cicatrizadas. Lo que más le llamó la atención fueron sus ojos. Mientras que uno era de un bello color verde uva, el otro poseía un color rojo intenso. Esto le puso la piel de gallina. Su mirada mostraba indiferencia y distanciamiento, pero a la vez cansancio y rencor reprimido. De veras era un individuo interesante.

Los dos elegantes hombres se acercaron al profesor Montana y le estrecharon la mano. Uno de ellos, Mijail, era el abogado del preso. El otro pertenecía a la policía nacional. Tras las presentaciones, el profesor fue el primero en hablar.

-Hace poco fuimos informados de que acababa de ingresar en prisión un delincuente con delitos de carácter bastante interesante, al menos para mí. Me gustaría hacerle una serie de preguntas en privado si a ustedes no les importa.
El policía hizo un gesto negativo con la cabeza.

-Me temo que no va a ser posible, señor Montana. No se nos esta permitido dejar a solas a los visitantes con los presos…supongo que se imagina por qué.

El profesor calló durante unos instantes. Luego volvió a hacer sonar su voz:
- Esta bien, pues quédense. Pero luego no digan que estoy loco por las preguntas que le vaya a efectuar al chico.

Los dos hombres trajeados se miraron confusos, pero aun así asintieron. Tras recibir la autorización de los importantes señores, Montana se acercó a la mesa y se situó frente al preso, el cual le clavó la desafiante mirada.

-Hola, Lexter.¿Puedo llamarte Lexter?

Él se negó a responder. No abrió la boca, simplemente bajó la mirada hacia el suelo y la volvió a subir a los instantes hacia el profesor. Este prosiguió.

-He oído que eres muy bueno hablando inglés así que no creo que tengas problemas para entenderme. Cuando matabas a tu familia…¿eras consciente de lo que estabas haciendo?

El rubio expresó una mueca de ira.

-¿Y tu quien coño eres?, ¿otro puto poli que quiere llevarme al manicomio?

Caleb quedó sorprendido ante el extraordinario acento del chico...y ante su perfecto uso del insulto. El profesor sonrió e intentó calmar las molestias de Lexter.

-No. Yo no vengo para eso. Es más, deberías cooperar porque los resultados pueden ser muy satisfactorios para ti. No soy policía. Ni psicólogo. Solo la única persona que tal vez pueda entender tu caso y sacarte de aquí.

El preso miró al profesor a los ojos con algo de desdén.

-¿“Mi caso”? – repitió Lexter aparentemente molesto con esas palabras.

-Si, TU caso. El motivo por el que estas en la cárcel y, por el que me atrevería a decir que eres inocente.

El chico se quedó en silencio unos segundos, pero sucumbió a los esfuerzos del profesor por querer saber de él. Si él pensaba que era inocente, tal vez debía “cooperar”. Se recostó sobre la silla metálica.

-Lo único que recuerdo de ese momento es que cuando desperté estaban muertos. Nada más.-Dijo el preso desviando la mirada hacia la nada.

Montana volvió la cabeza hacia Caleb.

-El síntoma de la manifestación del sentido azul.-le susurró al muchacho. Caleb no se sorprendió ante el comentario. Parecía conocer el tema.

-¿Qué es eso? – Preguntó Lexter, que mostraba curiosidad por primera vez desde que comenzó la conversación. Montana volvió a mirarle y le contestó.

-Algo de lo que conozco bastante y que él – dijo señalando con la cabeza a Caleb – también vivió.

- Si es así, ¿porqué yo estoy en la cárcel y él no? – quiso saber Lexter.

-Porque él no llegó a matar a nadie. Pero lo hubiese hecho si no hubiese sido detenido. – Contestó el profesor.

El preso desvió la mirada del profesor para fijarla en el joven inglés que presenciaba la escena desde el fondo de la sala. Caleb, al percatarse de ello, se ruborizó y miró hacia otro lado. Le avergonzaba la anécdota contada por el profesor.

-¿Sueles alterarte cuando ves la sangre? – Lexter chistó la lengua y decidió no contestar a la pregunta. Así que el profesor optó por hacérsela a otra persona. Miró a uno de los carceleros. – Usted es el vigilante de su corredor, ¿no es cierto? – el hombre asintió con la cabeza. - ¿muestra nerviosismo frente a la sangre?.

- Si, es muy molesto. Suele darle golpes a todo y a gritar cosas como que tiene sed o que necesita saciarse. Ya ha agredido a más de un compañero mío. Esta en tratamiento psicológico. Su locura a llegado a todas las esquinas de esta cárcel, se dice que esta poseído…-Dijo el vigilante con tono burlesco.

Lexter reclinó la cabeza, frunció el ceño y enseñó la dentadura como si de un perro rabioso se tratase. Apretó los dientes y lanzó una mirada amenazante al policía. Sin embargo, contuvo su ira y sonrió diciendo:
-Ah…si, es cierto. Al último que agredí esta todavía en enfermería intentando respirar bien. Yo de tí tendría cuidado. A ver si eres el siguiente y acabas peor.

Caleb se sintió intimidado ante las palabras del chico y se preguntó cuanto de verdad había en ellas.

-Esta bien – interrumpió el profesor. – No me hace falta saber nada más. Además, tu ojo izquierdo me ayuda a reconocer tus orígenes. Porque, es de nacimiento, ¿verdad?

-Si, ¿tienes algún problema? – exclamó Lexter desafiante.

-Fantástico. Ha sido una suerte dar contigo. Serías un desperdicio de lo contrario. No te olvides de nuestras caras. Vendremos pronto a verte.-Concluyó diciendo el profesor Montana. Hizo un leve gesto a Caleb para que le siguiese y, antes de salir, se acercó a los dos vigilantes de la puerta y les habló de su interés por hablar con el alcaide de la cárcel. Estos se miraron y asintieron. Mijail y el profesor salieron los primeros de la sala de interrogatorios. Caleb se apresuró a abandonarla.

Dos horas más tarde, Lexter fue mandado salir de su celda para dirigirse al “piso de arriba”, la planta de la cárcel nunca pisada por los presos y en la cual los inspectores y policías importantes hacían su trabajo. Solo en casos especiales se subía a un delincuente a ese lugar. Lexter se sintió afortunado. Sin despojarle de sus esposas, el chico fue guiado por enormes corredores blancos y luminosos, al menos más que los que solía pisar él. Apenas había gente y las secciones más importantes se hallaban cerradas e insonorizadas. Solo se podía ver individuos para arriba y para abajo, hablando unos con otros y manejándose con papeles y máquinas escribir. El vigilante le hizo detenerse enfrente de una puerta metálica en la cual había un pequeño cartel dorado en la parte superior.

“Alcaide Zslitmann”

Entonces Lexter se acordó de las últimas palabras de ese tal Montana antes de salir de la sala de interrogatorios y sonrió.
Abrieron la puerta y, tal y como imaginaba el preso, allí se encontraban los dos individuos de antes.

- Pasa. – Le dijo el alcaide fondón, con cara de pocos amigos. – Hemos llegado a un acuerdo el señor Montana y yo y hemos decidido dejarte en libertad bajo seguimiento. – prosiguió el hombre. – Me ha pedido tu custodia.¿Te parece bien?, solo tendrías que trabajar para él.

La curiosidad inundó a Lexter

-¿Qué clase de trabajo? – preguntó el chico con su brillante acento inglés. El profesor Montana no pudo evitar reírse a carcajadas.

-¿Tan exigente eres que eres capaz de pensarte la oferta si el trabajo no es de tu agrado? – exclamó el profesor

El chico, sin modificar su expresión le miraba fríamente a los ojos, a la espera de una respuesta. Montana aclaró su garganta.

-No debería importarte, pero te diré que es algo que solo tú puedes hacer y que no resulta nada desagradable. No te preocupes. Confía en mí.
Tras emitir un profundo suspiro, el alemán se acercó a la alargada mesa de Zslitmann. –

-¿Donde firmo? – preguntó.

Montana sonrió

-Antes de nada debes saber que el profesor se hace totalmente responsable de ti. Procura no ocasionarle muchos disgustos. ¿Quién sabe?, a lo mejor al final tienes que enfrentarte a la pena de muerte de la que te has salvado. – Expresó el alcaide con desinterés y desprecio. El mismo desprecio que había mostrado todo el mundo por Lexter desde que llegó a la cárcel. El chico agarró el boli que le ofreció el alcaide y firmó sin decir más.

-Dale las gracias a tu salvador. Retírate y pasa a recoger tus cosas. Te vas con ellos. - Ordenó Zslitmann.

-Te esperamos fuera. - Añadió Montana.

Tras echar un último vistazo a la sala, el joven preso desapareció por la misma puerta por la que había entrado, deslizándose por los iluminados pasillos hasta su celda.
-¿Eres consciente de lo que has hecho? - preguntó el alcaide de la cárcel cuando Lexter ya era imperceptible. - Te llevas a un asesino a tu casa y te atreves a decir que puede ser de utilidad. Podría asestarte una puñalada en cuanto te dieses la vuelta.

Montana ladeó su sonrisa

-No solo me atrevo a decir que es de utilidad, sino también que no debería estar en esta cárcel.

El alcaide levantó una ceja y achinó su mirada. El comentario del profesor Montana pareció no sentarle bien.

-¿Perdona?, ¿Me estas diciendo que alguien que mata a tres personas no debe estar en la cárcel?

Montana, que estaba apoyado en la mesa del despacho, se irguió e hizo un gesto de acierto con la mano.

-Exacto. Si se da cuenta, las únicas tres personas que asesinó formaban parte de su familia y, hasta ese momento, no tenía antecedentes graves

-Pero sí leves, además, en la mayoría de los casos no tiene nada que ver con cometer el asesinato. - pontificó Zslitmann.

Montana se colocó correctamente las gafas y metió las manos en sus bolsillos, para después mirar fijamente al tozudo alcaide.

-Verá, yo hoy trabajo para la ciencia, pero antes de ello estudié medicina. Es más, todas las investigaciones que hago actualmente, como científico, están relacionadas con el cuerpo humano y sus alteraciones. Estuve estudiando el caso de Ritzemberg y de veras es interesante. Solo conozco un caso más en Inglaterra. El subconsciente de esas personas a veces actúa por sí mismo. Al matar, ese subconsciente se siente saciado y vuelve a dormirse, dejando despertar al estado consciente de la persona, la cual no se acuerda absolutamente de nada de lo que ha hecho. Suele cultivarse normalmente por un exceso de “sufrimiento infantil”.
Zslitmann quedó asombrado, pero no parecía del todo convencido.

-Un poco surrealista,¿no cree? - sentenció el alcaide.

-No tiene por qué creérselo. Además, no importa. Como usted dijo, yo soy el responsable del chico. - Montana dio media vuelta en dirección a la puerta – Gracias por sus servicios.

Caleb, que había estado presenciando la conversación en silencio, se despidió con la mano y siguió al profesor. Cuando dejaron atrás la “planta de arriba” y ya estaban a escasos metros de la salida, Caleb sintió que ya podía hablar sin ataduras.

-Es mentira,¿verdad?

-¿El que? - preguntó el profesor Montana, sin mirar al chico.
-Eso que le has contado al alcaide de la enfermedad y el subconsciente. No le querías decir que es un vampiro,¿no?

-Oh, eso – dijo Montana sonriendo – Si. Es mejor así.

Caleb miró al frente. Había algo que aún no entendía.

-¿Y como lo hiciste? - al ver que el profesor no sabía a que se refería, aclaró su pregunta. -¿Cómo hiciste para entrar aquí, hablar con un preso y sacarlo de aquí?

Montana le miró de reojo

-Tengo mis influencias. Mi sobrina, por ejemplo. Trabaja en la policía nacional de Londres. Ella también me ayudó

Continuaron juntos hacia el exterior de Huensfeld, a la espera de Lexter. Les abrieron la puerta y se acercaron al brillante BMW del profesor, donde se apoyaron en el capó y encendieron un cigarrillo.
Quince minutos después, la puerta de entrada de la colosal prisión volvió a abrirse. Lexter, vestido con desgastadas pero decentes ropas, salió orgulloso.

- Solo uno de cada mil putos delincuentes como tu tienen tanta suerte...no te lo mereces – Dijo uno de los guardias de la entrada con una expresión de repugnancia hacia el chico.

Este se limitó a sonreír y a dedicarle un obsceno gesto con el dedo al guardia. Cuando se hallaba a la altura del coche del profesor, este le indicó que subiera. Una vez dejaron atrás la hostil morada de asesinos, el desgarrador ruido de las llantas al girar cortaban el aire que surcaba las carreteras hacia Schutzenbahn, el barrio donde se encontraba el hotel de los ingleses y donde iban a pasar la noche. Durante el camino Lexter se hallaba inquieto. Miraba por la ventana y a sus alrededores en todo momento, casi para hacerse a la idea de que era libre. Cesó su mirada en los dos individuos, especialmente en Montana

-Vale, ¿De que va todo esto?

Montana le contestó sin levantar la vista de la carretera.

-Ya queda poco para llegar. Te lo diré cuando estemos en el hotel.

El chico le miró rendido ante la difícil personalidad del profesor. No tendría más remedio que esperar. Caleb, que se encontraba sentado junto a Montana, fue entonces el objeto de atención de Lexter. El chico se percató de ello y le miró de reojo. Lexter le sostuvo la mirada durante unos instantes y sonrió pícaramente

-y a ti ¿que te pasa, nenita?, ¿es que te gusto tanto que no puedes evitar mirarme cuando me tienes cerca? - al no obtener respuesta moderó su sonrisa y acercó su rostro aún más al del incómodo chico - ¿o es que me tienes miedo?

Montana despegó su mano izquierda del volante y la posó sobre el pecho de Lexter, para impulsarlo con fuerza hacia atrás, falto de paciencia.

-¡Estate quieto y cállate!-le ordenó.

El joven alemán no estaba acostumbrado a semejante rectitud y seriedad. Soltó un inconforme suspiro y miro al techo. Tras unos instantes se relajó y se acomodó en su asiento. Volvió a sonreír

-Porque me habéis sacado de ese puto infierno, que si no...