domingo, 31 de octubre de 2010

II. INSTINTO MORTAL


Caleb abrió la puerta de su casa, agitado. Apenas se sorprendió de que, aun siendo tan de noche, su madre no hubiese cerrado con llave. Se dirigió a la cocina y abrió con fuerza el frigorífico para ver si encontraba algo para beber que le ayudase a borrar esos incómodos y extraños momentos vividos en la lúgubre casa de ese tal Montana.

- ¿Ya estas aquí? – Oyó decir desde la puerta de la cocina mientras cogía una cerveza. - ¿No ves que sí? No soy un espejismo – Respondió el chico abriendo la lata y llevándosela a la boca. A sus espaldas, su madre yacía con pose cansada. Al ver que Caleb cogía y bebía la cerveza, Catherine se sorprendió y se acercó a él con expresión alterada. Le agarró del brazo y se lo apartó hasta despegar la lata de su boca. Miró el bote de cerveza, luego a Caleb.

- ¿Desde cuando bebes cerveza?...mejor dicho,¿desde cuando bebes? – Preguntó la mujer. Caleb la miró a los ojos fríamente.

-Déjame, no estoy de humor para broncas estúpidas.- Contestó apartando bruscamente el brazo de su madre y dirigiéndose a la ventana que daba a la parte trasera de la casa.

-¡A mi no me hables así, soy tu madre! ¡Y deja esa lata ahora mismo!, no te voy a consentir que bebas, al menos delante de mí. – Exclamó Catherine con un amenazante pero insuficiente tono de voz.

Sin inmutarse por las palabras de su madre, Caleb volvió a darle un trago a su elixir y habló con la mirada en dirección a la ventana, cuyas vistar permitían ver la casa de sus vecinos de atrás.

- ¿Conoces a los Montana?...son una panda de chalados, ¿eh? – Catherine frunció el ceño y se acercó de nuevo a su hijo.

-¿A qué viene eso? ¿Qué ha pasado, Caleb?

El muchacho se dio media vuelta y, sin mirar a su madre añadió:

-Nada. He tenido un encuentro con ellos y por lo que me decían parecían estar colgados. La hija esta buena pero como sea como su padre…

Catherine, sin dejarle terminar, le interrumpió impaciente.

- Caleb te he dicho que me digas que ha pasado, ¡dime que te han dicho!

Su hijo la miró extrañado.

-Mama, ¿Qué coño te pasa a ti también?, ¿es que aquí estáis todos locos o qué?...-El chico se mostró molesto - ¿Para qué mierda quieres saber qué me han dicho?. Mira, me voy a dar una vuelta…¡Aquí tienes tu jodida cerveza! – Exclamó arrojando la lata vacía al suelo con fuerza y cogiendo su abrigo del perchero. Tras esto, abrió la puerta, miró a su madre con expresión disgustada y concluyó la conversación.

- Lo menos que podías haber hecho es felicitarme por mi cumpleaños. Hoy cumplía 18 – Cerró de un portazo y dejó a su madre tras la puerta.

- Tienes razón, hijo. Lo siento – Se oyó susurrar a Catherine, que no pudo evitar echarse a llorar al oír las últimas palabras de su hijo.


En realidad no quiso preocuparla. “Mejor así”, pensó el chico mientras bajaba la calle oscura del Meredith Pub con paso lento y mirada gacha. Pensó que tal vez si le contaba a su madre lo que el profesor Montana le dijo, ella se pondría nerviosa y triste e intentaría investigar sobre el asunto. Tampoco sabía si eso era verdad. Era cierto que el ser de la foto se parecía a él, pero no le entraba en la cabeza la idea de ser un vampiro. Aun así, la confusión le nublaba la mente. Una incómoda sensación le hacía angustiarse por el tema.

Sin apenas darse cuenta, había llegado al cementerio de Brompton, al cementerio donde años atrás enterraron a su padre, cuya tumba se encontraba a escasos metros de la entrada. Con la intención de echarle una visita y dedicarle unas palabras acerca de su extraño y amargo día de cumpleaños, Caleb se adentró en el hogar de los muertos.

- Hoy estoy enfadado, papá. – Dijo el chico arrodillado a los pies de la lápida de su padre. – Ha sido una mierda de día. Como…como una pesadilla. Me han dicho que soy un vampiro. – Soltó una irónica risilla - ¿Te imaginas?, ya tengo que ser el tío más raro del mundo para ser un bicho de esos. Y el más desafortunado también. No se ni porqué pienso en ello. Es imposible… -Murmuró mirando el epitafio de la tumba.


Los que te queremos

y te admiramos,

te recordaremos.

No te olvidamos.

Peter Six.

Siempre en nuestro corazón.”


Caleb rió.

-Que soso. Como se nota que lo eligió mamá.

Hablando en vano con su padre, el chico notó que no estaba solo. Al alzar la cabeza por el ruido y mirar al frente presenció una escena casi cómica: dos hombres vestidos de negro que chismorreaban en voz baja, aunque suficientemente alto como para que Caleb escuchase lo que decían, arrastraban a otro individuo que no parecía estar en muy buenas condiciones.

- ¡Joder tío, como pesa el cabrón. La próxima vez nos buscamos una carreta! – exclamó el más robusto de los dos hombres. Caleb frunció el ceño ante aquél comentario.

- El jefe no nos dejaría. La poli nos tiene cogidos por los huevos. “No podemos levantar sospechas”, siempre dice lo mismo. –le contestó su compañero. El hombre robusto rió

- Como si no levantásemos suficientes sospechas llevando a este puto muerto a rastras.

Caleb, al darse cuenta de la situación, se asustó y calló al suelo torpemente. Los dos hombres oyeron el ruido y ambos miraron en dirección a la tumba de Six. El más corpulento, soltó el brazo del cadáver y prosiguió hablando con tono despreocupado.

- ¡Y hablando de levantar sospechas!, nos han “pillado enteros”, Lenny. Habrá que hacer algo, porque si no luego…- decía mientras metía la mano en el interior de su chaqueta. Caleb seguía tirado en el suelo asustado. Unas gotas de sudor que resbalaban por su frente revelaban su tensión. ¿Se referían a él?, ¿Le habían oído?-…le va a contar a sus amiguitos lo que ha visto, y eso… - hablaba el hombre quitando el seguro de una brillante pistola que acababa de sacar de un bolsillo oculto de su chaqueta. La expresión de Caleb cambió repentinamente. Su tez palideció y emitió un grito de alarma. Se levantó rápidamente pero estaba horrorizado… y paralizado. Sus piernas apenas reaccionaban. – No me conviene. – Concluyó el robusto hombre acompañando sus palabras con el rápido sonido de la bala al salir despedida del cañón del arma hacia el pecho de Caleb. No le dio tiempo a reaccionar. La bala atravesó el cuerpo del chico en milésimas de segundo. No le dio tiempo a pensar siquiera que iba a morir. Allí, en el cementerio junto a la tumba de su padre el día de su cumpleaños. Cuando la sangre comenzó a desprenderse por el orificio de la bala, le pasaban tantas cosas por la cabeza que apenas sintió dolor. Su madre y las últimas palabras que le dedicó, sus amigos, las cosas que no había podido hacer aún, los mágicos ojos de Cindy Montana, esos ojos que le hubiese gustado ver una vez más…

Comenzó a perder las fuerzas. Se desplomó de rodillas y la sangre comenzó a salir de su boca.

- ¡Joder Ben!, le has dado en las costillas. – Gritó Lenny apuntando con su mano hacia el chico moribundo

- ¿Y qué?, se va a morir igual, le doy diez minutos. Luego volveremos a enterrarlo. No hay peligro, a estas horas no va a venir nadie – dijo el orgulloso personaje agarrando de nuevo el brazo del cadáver y dándose media vuelta. Lenny rió dándole la razón a su compañero.

Cuando parecía que todo iba a transcurrir tal y como los hombres esperaban, el dolor de Caleb comenzó a apaciguarse, curiosamente. Su sangre dejó de derramarse y un cosquilleante calor comenzó a correrle por todo el cuerpo. Su corazón empezó a latir con fuerza. Notó que algo en sí estaba cambiando pero no le importó apenas pues su esencia se llenó de sed de sangre.

- ¿Diez minutos?, ¡que groseros! – Sonó a espaldas de los delincuentes con tono ronco y confiado. - ¿Creías que no podía aguantar vivo más de diez minutos?, soy mas fuerte de lo que piensas ¿sabes?, si hubiese tenido algo a mano te hubiese partido la boca antes de morir.

Estas palabras frenaron a Ben y a Lenny. Cuando se dieron la vuelta no podían creer lo que estaban viendo. Ese joven que había sido disparado era ahora una criatura pálida de cabellos blancos y un escalofriante brillo en sus ojos. Ojos de un intenso color carmesí que paralizarían a cualquier mortal que se detuviese a mirarlos.

- Para tu desgracia, “Ben”, voy a vivir más de diez minutos, y más de treinta. A menos, voy a vivir más que tu. – Caleb se levantó – Porque no te has topado con la persona indicada. Ahora, te toca morir a ti.

Ben, aterrado, se dispuso a correr para salvarse, pero no tuvo tiempo. La nueva vida de Caleb le había otorgado, además de una orgullosa confianza en sí mismo, una asombrosa velocidad que fue apenas perceptible para su presa. Antes de que Ben pudiera dar siquiera cuatro pasos, el nuevo ser consciente de Caleb le agarró brutalmente e incrustó sus colmillos, casi como acto reflejo, en el cuello del asesino. Sin permitir un ápice de movimiento le succionó toda la sangre que le hacía falta a la bestia para reponerse. La última gota de sangre que Caleb absorbió, le supo a gloria. Le hizo sumirse en un cielo de euforia y vitalidad. Tal era la adrenalina que recorría su cuerpo que tras terminar con su presa la lanzó con tal fuerza hacia su extremo izquierdo que terminó violentamente clavado en la lanza de Saint George, la estatua que adornaba la fuente del cementerio. Esto no provocó efecto alguno en Caleb pues se sentía vigoroso y activo hasta la médula. Lenny, que contemplaba la escena con ojos de espanto, emitió un desgarrador grito al ver a su amigo insertado en la fuente y quedó paralizado del miedo. El cementerio se impregnó de un aire de carcajadas diabólicas de placer y euforia.

- Maravilloso. Jamás hubiese imaginado que el hecho de estar al borde de la muerte sentase tan bien…ah, es cierto – Los sangrientos ojos del muchacho se clavaron en Lenny. – Todavía quedas tú.

El hombre, envuelto por el miedo, comenzó a temblar cual cordero ante su depredador al ver que Caleb se acercaba a él.

-¿Aprecias tu vida o no te importaría prestarme un poco de eso que corre por tus venas? Todavía tengo sed... – Dijo el chico sonriente.

Apenas terminó Caleb de hablar cuando el hombre se dio la vuelta y corrió como nunca en su vida, desapareciendo entre la bruma oscura que decoraba el cementerio.

Caleb rió. Volvió su cabeza hacia el cuerpo del asesino que había clavado en la lanza de la estatua. Con un gran sentimiento de regocijo, se dispuso a palpar la sangre derramada que se deslizaba por el cuerpo de su víctima para luego degustarla. La sangre caía hasta llegar a parar al agua de la fuente. El chico acercó su rostro al monumento, pero no pudo evitar encontrarse con su reflejo, que brillaba nítidamente por la luz de la luna. Lo que vio hizo detener su acción. Su cabello era blanco y más largo de lo habitual. Sus ojos no tenían un color natural, pues eran tan vistosos como el color de la sangre recién arrancada del cuerpo. El mismo color que bañaba sus puntiagudos y afilados dientes…sus colmillos. Entonces, por primera vez desde el disparo, su cabeza comenzó a funcionar cuerdamente.

¿Qué había hecho?, ¿Había matado a alguien y chupado su sangre?. La expresión de su rostro se apaciguó. Volvió a tener la incertidumbre que inundó su rostro antes de convertirse en…¿Vampiro?

Alzó la cabeza y miró el cuerpo inerte del hombre mundo. Le miró a los ojos, como si este pudiese despertar en cualquier momento y responderle a todas sus preguntas. Caleb estaba volviendo a su ser. Notaba como un calor familiar le recorría el cuerpo. Miró de nuevo su reflejo y se tocó el rostro mientras este volvía a su normalidad. Todo su físico volvió a ser el de antes, excepto sus ojos, que seguían poseyendo el tono carmesí. Al descubrir que la bestia que había hecho todo aquello se trataba de él, expresó un gemido de miedo y confusión. Miró a su alrededor y salió corriendo del cementerio, dejando atrás la espantosa imagen de la fuente de Saint George.

Procurando que sus ojos no fuesen iluminados por la luz de la luna, atravesó velozmente las calles oscuras de la ciudad en dirección a Pembroke Road. Durante el recorrido, Caleb no dejaba de hacerse preguntas. “Porqué” y “Cómo” eran las más abundantes. Sin embargo, no podía evitar pensar que no era todo negativo. “No tiene porqué perjudicarme”- Pensó – “Al fin y al cabo me ha salvado la vida”. Y, aunque le costase admitirlo, esa sensación le había gustado. Le otorgó un placer incluso mayor que sus “sustancias prohibidas” favoritas. Quería descubrir hasta qué punto eso podía repercutirle, quería indagar en todos los rincones de esa nueva identidad que dormía en su interior. Quería respuestas, y sabía quién podía dárselas.


Eran las tres de la mañana y el profesor Montana estaba en el laboratorio revisando sus últimas investigaciones, las cuales le tenían en vela. El ruido de unos intensos golpes en la puerta principal le hizo levantar la cabeza de sus papeles. Los dejó encima de la mesa de trabajo y se acercó a la entrada. Quitó los cuatro cerrojos que aseguraban la entrada y abrió la puerta con cuidado. Lo que había tras ella le esbozó una orgullosa sonrisa.

-¿Qué tengo que hacer? – Preguntó Caleb, decidido.

viernes, 30 de julio de 2010

I. EL DESPERTAR



Caleb despertó el 6 de diciembre con 18 años y…con algo más. Se notaba diferente…su cuerpo ardía, su vista se nublaba, fallaba, notaba un ligero cosquilleo en el interior de sus dientes, sus dientes laterales. Escalofríos intermitentes correteaban por todo su pecho haciéndole retorcerse. El calor que recorría sus venas llegó hasta su cabeza, perturbando sus pensamientos, arañando su mente y apagando su ser consciente, tiñendo su alma de negro y rojo, y despertando su llama fatua de sed de sangre. Sucumbiéndole en un desgarrante grito de dolor.

Catherine Six no puede evitar aterrorizarse al ver como su hijo se retuerce violentamente, grita anormalmente o luce rojo en su dolorosa mirada. Rápidamente, cogió el teléfono y marcó con dedos temblorosos un número de teléfono con muchos ceros y pocos dígitos, con la esperanza de que alguien le contestase antes de que su hijo se fijase en su débil presencia.

-¡Ha despertado!¡Esta despertando!¡Date prisa!¡¡Date prisa!!- fueron las desesperadas palabras de la señora Six a alguien que parecía poder ayudar. Salió corriendo intentando no llamar la atención de Caleb y eligió el armario de su dormitorio como escondite de lo que parecía estar convirtiéndose en un monstruo .Ahí permaneció conteniendo la respiración aun sabiendo que era difícil ocultarse de un engendro que percibía la sangre del ser humano: un vampiro.

Caleb no sabía qué era ahora y porqué se sentía distinto. Solo podía pensar en una cosa. Tan solo tenia una sed que solo podía ser saciada con algo que se encontraba en ese mismo lugar. Se alejó de la molesta luz de la habitación y se dirigió al pasillo. El eco de sus pasos precavidos e impacientes a la vez, llegaban a los oídos de Catherine que sentía que cada vez estaba más cerca. No podía calmar su respiración cada vez más marcada debido al pánico que la invadía. Caleb percibía su sangre cada vez más nítida. Apenas trascurrieron cinco minutos de la llamada de Catherine cuando un tenue ruido se oyó en la parte de atrás de la casa, detrás de la escalera. Sin embargo solo consiguió distraerle. El joven inconsciente quería sangre. Cada vez más y más. Ya quedaba poco. Ya percibía su sustento a apenas quince pasos cuando de repente algo le interrumpió. Notó otra presencia en la casa, muy cerca de él. Al volver la cabeza pudo otear a sus espaldas la figura de un hombre de indecisa pose. Eso enfureció a Caleb pero a la vez le estimuló. –mas sangre-, pensó. La bestia se abalanzó sobre el hombre para intentar alcanzar su cuello y este, forcejeando desesperadamente, parecía estar intentando sacarse algo del bolsillo. Antes de siquiera rozar la piel de su presa, algo penetró el cuello de Caleb, algo minúsculo y doloroso, algo que le aturdió haciéndole caer de espaldas al suelo sin siquiera poder saber qué había sido. Lo último que pudo ver antes de desmayarse fue a ese hombre de mirada desafiante sujetando algo en su mano derecha. Se trataba del objeto que le incrustó en el cuello: una jeringuilla. Pero ya daba igual. Esa jeringuilla llevaba algo que le impedía moverse. Ya no tenía fuerzas. Ya no tenía sed. Su vista se nubló por completo. Sus músculos se paralizaron y quedó inconsciente.


Cuando Caleb despertó le retumbaba la cabeza, era como si le estuvieran dando martillazos en el cráneo. Era un dolor que fue mitigado cuando miró a su alrededor. No estaba en su casa. No era un lugar para nada familiar. Era un ambiente metálico y sombrío, silencioso. Se hallaba en una sala estrecha rodeada de extrañas máquinas que señalaban gráficos y dígitos incomprensibles. Lo único que embellecía ese apagado antro era el enorme cuadro que había al final de la sala justo enfrente de él, que llamó mucho su atención. Se levantó con leve dificultad de esa especie de camilla con unas grandes anillas y unos fuertes lazos que se hallaban sueltos encima de ella y que parecía haberle sujetado minutos antes mientras dormía. Se dirigió al llamativo cuadro. Cuanto más de cerca lo apreciaba, más bello le parecía. Se trataba del retrato de una hermosa mujer con cabellos dorados y rizados que hondeaban libremente acompañando el brillo de sus grandes ojos pardos en los que parecías poder perderte dulcemente sin miedo a quedarte atrapado para siempre. Esa triste oscuridad de sus ojos se suavizaba con una cálida y frágil sonrisa que inspiraba tranquilidad y paz. Era como si esa mujer se fuera a salir del cuadro en cualquier momento. Su magia y vitalidad prendieron por completo a Caleb. Tras admirarla durante un largo minuto envuelto en un halo distinto al mundo, una voz perturbó su armonía.

-¿Te gusta? – preguntó tras unas breves carcajadas alguien que se acercaba por el oscuro pasillo contiguo a la sala.

-A mi también. – Volvió a decir al ver que Caleb no contestaba. Era un hombre imponente, de tez morena y pelo corto claramente acastañado. Llevaba barba de dos días y mirada cansada. Ese hombre era lo único familiar de todo el ambiente. Con las manos metidas en los bolsillos de una bata blanca que parecía de médico o científico, se acercó lentamente hacia el joven pero con la mirada puesta en el cuadro.

-Es mi mujer. – añadió sorprendiendo al joven que expresó incertidumbre y curiosidad en el rostro tras oírlo.-…bueno, lo era.-aclaró apartando la vista del retrato y dirigiéndose al interior de la sala. Caleb echó un último vistazo al cuadro y siguió al hombre. El joven le expresó su más sentido pésame pero el viudo no no mostró sentimiento alguno más que una neutra sonrisa.

-gracias pero no importa, ya hace mucho tiempo.-.Se paró en uno de los ordenadores que habían y miró por un instante a Caleb. Este le devolvió la mirada. El hombre continuó.- murió cuando nuestra hija tenía apenas dos meses,¡y ya tiene 17!...he tenido tiempo para afrontarlo. Además ya me he acostumbrado a vivir sin ella, ese cuadro me hace muchísima compañía, y mi hija es su vivo retrato, no se me ha hecho muy difícil. Por cierto, ¡felicidades! Tu ya tienes 18, aunque me temo que no vas a poder aprovechar el día como te habría gustado…primero, porque has dormido casi diez horas, y segundo,… digamos que hay un pequeño problema contigo y te tendrás que quedar aquí toda la noche. O tal vez más.- Aunque era su cumpleaños, no se sentía nada alegre por ello. No entendía qué era todo lo que le estaba ocurriendo. Tras mirar un poco a su alrededor, Caleb volvió a mirar a ese hombre y, con el fin de encontrar respuestas, preguntó:

-…¿a qué se refiere?...¿y de qué se supone que le conozco?.-

- ¡Oh, vaya!¡perdona!, no me he presentado.-procedió a responder el hombre.-, mi nombre es Edward Montana, conozco a tu madre desde hace un tiempo. Tal vez me hayas visto alguna vez.-dijo mientras manipulaba estrepitosamente una de las máquinas.

- Si, me sonaba su cara. Pero entonces,¿qué hago yo aquí?, ¿qué es este sitio?, y ¡¿por qué me duele tanto la cabeza?!- preguntó el joven cada vez más agobiado.

-Afortunadamente, te puedo contestar a todas las preguntas. Te duele el cuerpo porque te drogué antes de dormirte para anular tus movimientos y paralizar tus músculos. Estas aquí porque hace aproximadamente diez horas estuviste a punto de chuparle la sangre a tu madre que, gracias a Dios, ya esta reponiéndose en tu casa. Y esto es mi laboratorio privado. Me dedico a la ciencia desde antes de que tu nacieras y te tengo retenido, por así decirlo, para informarte de lo que el destino te ha deparado y para prepararte de lo que esta a punto de empezar.- .Explicó Edward sin un ápice de inseguridad en el tono de voz y con la misma sangre fría que un lagarto de alcantarilla. Estos comentarios dejaron a Caleb mas confuso de lo que estaba y comenzó a agotársele la paciencia. Con el ceño fruncido, añadió alterado:

-…espera, ¿Cómo?, ¿Qué me drogaste?¡¿Quién se ha creído que es para hacerme eso?1,¿Cómo que chuparle la sangre?¿esta loco o qué?¡Ni que fuese un vampiro!, y… ¿de qué destino y mierdas me esta hablando?. – terminó golpeando fuertemente con las palmas de las manos en la máquina donde trabajada Montana mientras le miraba a los ojos con los suyos con aires de ira y desesperación. El científico, al ver el ambiente que había ocasionado, se apartó y se sentó en la camilla donde estuvo tumbado Caleb. Con todo el peso en sus brazos apoyado en sus rodillas, bajó su mirada al suelo y respondió con intención aclaradora:

- por muy irreal que parezca, todo esto tiene que ver con los vampiros. …te aconsejo que no te asustes y que me creas…tu eres casi uno de ellos.-

-…¿Qué?...venga ya,¿se está riendo de mi o qué?.- Gritó el joven. El científico se levantó y cogió de otro de los artefactos una foto de instantánea y se la ofreció a Caleb.

- mira esto, yo creo que este individuo pálido e inquietante se parece bastante a ti, ¿no crees?.-

El moreno tono de piel de Caleb desapareció de su rostro cuando clavó su mirada en la foto. Un ser blanquecino y robusto yacía con los ojos cerrados sobre una camilla similar a la de la habitación. Aunque sus rasgos eran similares a los de Caleb, su cabello era más largo y claro que el suyo y de su boca asomaba un brillante colmillo afilado… el profesor no pudo evitar reír al notar la reacción del chico.

- Tomaré tu silencio como un sí…

Caleb le interrumpió dirigiendo un rápido manotazo hacia la foto, haciéndola caer al suelo.

-¡¿Pero de qué coño habla?! ¡Eso no se parece en nada a mi! A…además…¡no sé ni siquiera por qué le contesto a su pregunta! Estoy…perdiendo la paciencia… no…¡usted! ¡usted me la esta agotando! - Gritó Caleb señalando furioso al profesor Montana. Este, sin apenas modificar la expresión en su rostro, se levantó y puso una mano delante del dedo acusador del chico.

- Cálmate, Caleb… Yo te puedo ayudar, solo tienes que cooperar…

-¡¡CÁLLESE!! - Exclamó el joven desesperado – ¡Ya estoy harto de escuchar tonterías!...

-¿Ocurre algo, padre? – una dulce voz se hizo notar desde las profundidades de la habitación y una nueva silueta entró en escena. Caleb, antes de continuar con sus amenazas desvió la mirada hacia donde provenía la voz y, al comprobar de quién se trataba, suavizó inconteniblemente su expresión de desesperación e impaciencia.

- Oh, Cindy. – Dijo Montana refiriéndose a la joven que se acercaba a pasos elegantes hacia los dos individuos. – Disculpa si te hemos molestado…este es Caleb – señaló al joven, que miraba anonadado a Cindy. – Caleb… esta es mi hija.-susurró el profesor con un complaciente tono. Pero no tuvo contestación. El muchacho permanecía mudo con los ojos clavados en la chica. En ocasiones desviaba la mirada hacia el retrato que colgaba de la pared y luego volvía a dirigirla hacia el rostro de la chica, para encontrarse con los mismos profundos y bellos ojos que le habían prendido unos minutos atrás. Era como si la mujer del cuadro hubiese rejuvenecido unos años y se hubiese materializado ante él, con el cabello corto y cara de ángel. Cindy sonrió.

-Así que tú eres Caleb.-La chica le extendió la mano. – Mi padre me ha hablado de ti. Encantada de conocerte.

El embobado chico despertó con sus palabras. Intentó recomponer su compostura pero el perfume de Cindy le hizo ruborizarse. Olía a un fuerte aroma de lavanda.

- Si, un placer, Cindy…

El chico se dejó llevar durante unos instantes por un armonioso ambiente, envuelto en la presencia de la hija de Montana pero, al recordar a este último, soltó con brusquedad la mano de la chica y se exaltó.

-¡Oh!, lo siento…he de irme- dijo Caleb dirigiéndose a la que parecía la salida de la habitación

-¿Y a donde vas?- preguntó el profesor, con tono tranquilo.

-¡A casa! - Le contestó el joven con el ceño fruncido e intentando reprimir su enfado ante la “broma pesada”.

Cuando cruzó el umbral de la puerta Cindy miró a su padre.

-¿No le vas a detener?

-Tranquila- El profesor Montana esbozó una sonrisa conforme – volverá