domingo, 13 de noviembre de 2011

III. ARTILLERÍA ALEMANA



13 de junio de 1964. Huensfeld. Alemania. En los corredores de la cárcel solo se oyen molestos ruidos y gemidos procedentes de las celdas que los adornan. Al final del pasillo se encuentra la sala de interrogatorios interna. Pasos de alguien hacen eco en las paredes. Los presos se revolucionan como siempre al ver a gente externa a la cárcel. Sacan los brazos de la celda y hacen retumbar los barrotes solo para armar alboroto. Algunos gritan, ríen bruscamente o hacen groseros comentarios insinuantes a los visitantes.


Caleb Six miraba por encima del hombro a los delincuentes mientras recorría el pasillo junto al profesor Montana para llegar a la sala de interrogatorios.

-¿Crees que te harán caso? No te he preguntado como lo vas a hacer pero, ¿no crees que es un poco difícil sacar a un preso de la cárcel cuando no tiene nada que ver contigo? –

Preguntó el chico al profesor ignorando las rudas insinuaciones que los encarcelados le dedicaban. Montana, como siempre, se mostraba imperturbable a la pregunta.

-No te preocupes. Lo tengo controlado. Tu solo dedícate a hacer acto de presencia y a escuchar. – Le ordenó a Caleb.

El profesor abrió la puerta de la sala. Tras ella había tres personas, además de los guardias. Dos de ellos eran serios. Vestían con traje de chaqueta y camisas oscuras. Estaban situados enfrente de un joven esposado de aspecto abandonado e intimidante. Su piel estaba llena de rasguños. Era robusto y su cabello era del rubio alemán predominante del país. Cuando oyó entrar a los visitantes casi no se inmutó, solo ladeó la cabeza para echar un vistazo, ya que se hallaba de espaldas a la puerta. Caleb pudo apreciar levemente su cara al avanzar hacia el interior de la sala. La tez era pálida, sus labios eran gruesos pero estaban repletos de cortes y heridas cicatrizadas. Lo que más le llamó la atención fueron sus ojos. Mientras que uno era de un bello color verde uva, el otro poseía un color rojo intenso. Esto le puso la piel de gallina. Su mirada mostraba indiferencia y distanciamiento, pero a la vez cansancio y rencor reprimido. De veras era un individuo interesante.

Los dos elegantes hombres se acercaron al profesor Montana y le estrecharon la mano. Uno de ellos, Mijail, era el abogado del preso. El otro pertenecía a la policía nacional. Tras las presentaciones, el profesor fue el primero en hablar.

-Hace poco fuimos informados de que acababa de ingresar en prisión un delincuente con delitos de carácter bastante interesante, al menos para mí. Me gustaría hacerle una serie de preguntas en privado si a ustedes no les importa.
El policía hizo un gesto negativo con la cabeza.

-Me temo que no va a ser posible, señor Montana. No se nos esta permitido dejar a solas a los visitantes con los presos…supongo que se imagina por qué.

El profesor calló durante unos instantes. Luego volvió a hacer sonar su voz:
- Esta bien, pues quédense. Pero luego no digan que estoy loco por las preguntas que le vaya a efectuar al chico.

Los dos hombres trajeados se miraron confusos, pero aun así asintieron. Tras recibir la autorización de los importantes señores, Montana se acercó a la mesa y se situó frente al preso, el cual le clavó la desafiante mirada.

-Hola, Lexter.¿Puedo llamarte Lexter?

Él se negó a responder. No abrió la boca, simplemente bajó la mirada hacia el suelo y la volvió a subir a los instantes hacia el profesor. Este prosiguió.

-He oído que eres muy bueno hablando inglés así que no creo que tengas problemas para entenderme. Cuando matabas a tu familia…¿eras consciente de lo que estabas haciendo?

El rubio expresó una mueca de ira.

-¿Y tu quien coño eres?, ¿otro puto poli que quiere llevarme al manicomio?

Caleb quedó sorprendido ante el extraordinario acento del chico...y ante su perfecto uso del insulto. El profesor sonrió e intentó calmar las molestias de Lexter.

-No. Yo no vengo para eso. Es más, deberías cooperar porque los resultados pueden ser muy satisfactorios para ti. No soy policía. Ni psicólogo. Solo la única persona que tal vez pueda entender tu caso y sacarte de aquí.

El preso miró al profesor a los ojos con algo de desdén.

-¿“Mi caso”? – repitió Lexter aparentemente molesto con esas palabras.

-Si, TU caso. El motivo por el que estas en la cárcel y, por el que me atrevería a decir que eres inocente.

El chico se quedó en silencio unos segundos, pero sucumbió a los esfuerzos del profesor por querer saber de él. Si él pensaba que era inocente, tal vez debía “cooperar”. Se recostó sobre la silla metálica.

-Lo único que recuerdo de ese momento es que cuando desperté estaban muertos. Nada más.-Dijo el preso desviando la mirada hacia la nada.

Montana volvió la cabeza hacia Caleb.

-El síntoma de la manifestación del sentido azul.-le susurró al muchacho. Caleb no se sorprendió ante el comentario. Parecía conocer el tema.

-¿Qué es eso? – Preguntó Lexter, que mostraba curiosidad por primera vez desde que comenzó la conversación. Montana volvió a mirarle y le contestó.

-Algo de lo que conozco bastante y que él – dijo señalando con la cabeza a Caleb – también vivió.

- Si es así, ¿porqué yo estoy en la cárcel y él no? – quiso saber Lexter.

-Porque él no llegó a matar a nadie. Pero lo hubiese hecho si no hubiese sido detenido. – Contestó el profesor.

El preso desvió la mirada del profesor para fijarla en el joven inglés que presenciaba la escena desde el fondo de la sala. Caleb, al percatarse de ello, se ruborizó y miró hacia otro lado. Le avergonzaba la anécdota contada por el profesor.

-¿Sueles alterarte cuando ves la sangre? – Lexter chistó la lengua y decidió no contestar a la pregunta. Así que el profesor optó por hacérsela a otra persona. Miró a uno de los carceleros. – Usted es el vigilante de su corredor, ¿no es cierto? – el hombre asintió con la cabeza. - ¿muestra nerviosismo frente a la sangre?.

- Si, es muy molesto. Suele darle golpes a todo y a gritar cosas como que tiene sed o que necesita saciarse. Ya ha agredido a más de un compañero mío. Esta en tratamiento psicológico. Su locura a llegado a todas las esquinas de esta cárcel, se dice que esta poseído…-Dijo el vigilante con tono burlesco.

Lexter reclinó la cabeza, frunció el ceño y enseñó la dentadura como si de un perro rabioso se tratase. Apretó los dientes y lanzó una mirada amenazante al policía. Sin embargo, contuvo su ira y sonrió diciendo:
-Ah…si, es cierto. Al último que agredí esta todavía en enfermería intentando respirar bien. Yo de tí tendría cuidado. A ver si eres el siguiente y acabas peor.

Caleb se sintió intimidado ante las palabras del chico y se preguntó cuanto de verdad había en ellas.

-Esta bien – interrumpió el profesor. – No me hace falta saber nada más. Además, tu ojo izquierdo me ayuda a reconocer tus orígenes. Porque, es de nacimiento, ¿verdad?

-Si, ¿tienes algún problema? – exclamó Lexter desafiante.

-Fantástico. Ha sido una suerte dar contigo. Serías un desperdicio de lo contrario. No te olvides de nuestras caras. Vendremos pronto a verte.-Concluyó diciendo el profesor Montana. Hizo un leve gesto a Caleb para que le siguiese y, antes de salir, se acercó a los dos vigilantes de la puerta y les habló de su interés por hablar con el alcaide de la cárcel. Estos se miraron y asintieron. Mijail y el profesor salieron los primeros de la sala de interrogatorios. Caleb se apresuró a abandonarla.

Dos horas más tarde, Lexter fue mandado salir de su celda para dirigirse al “piso de arriba”, la planta de la cárcel nunca pisada por los presos y en la cual los inspectores y policías importantes hacían su trabajo. Solo en casos especiales se subía a un delincuente a ese lugar. Lexter se sintió afortunado. Sin despojarle de sus esposas, el chico fue guiado por enormes corredores blancos y luminosos, al menos más que los que solía pisar él. Apenas había gente y las secciones más importantes se hallaban cerradas e insonorizadas. Solo se podía ver individuos para arriba y para abajo, hablando unos con otros y manejándose con papeles y máquinas escribir. El vigilante le hizo detenerse enfrente de una puerta metálica en la cual había un pequeño cartel dorado en la parte superior.

“Alcaide Zslitmann”

Entonces Lexter se acordó de las últimas palabras de ese tal Montana antes de salir de la sala de interrogatorios y sonrió.
Abrieron la puerta y, tal y como imaginaba el preso, allí se encontraban los dos individuos de antes.

- Pasa. – Le dijo el alcaide fondón, con cara de pocos amigos. – Hemos llegado a un acuerdo el señor Montana y yo y hemos decidido dejarte en libertad bajo seguimiento. – prosiguió el hombre. – Me ha pedido tu custodia.¿Te parece bien?, solo tendrías que trabajar para él.

La curiosidad inundó a Lexter

-¿Qué clase de trabajo? – preguntó el chico con su brillante acento inglés. El profesor Montana no pudo evitar reírse a carcajadas.

-¿Tan exigente eres que eres capaz de pensarte la oferta si el trabajo no es de tu agrado? – exclamó el profesor

El chico, sin modificar su expresión le miraba fríamente a los ojos, a la espera de una respuesta. Montana aclaró su garganta.

-No debería importarte, pero te diré que es algo que solo tú puedes hacer y que no resulta nada desagradable. No te preocupes. Confía en mí.
Tras emitir un profundo suspiro, el alemán se acercó a la alargada mesa de Zslitmann. –

-¿Donde firmo? – preguntó.

Montana sonrió

-Antes de nada debes saber que el profesor se hace totalmente responsable de ti. Procura no ocasionarle muchos disgustos. ¿Quién sabe?, a lo mejor al final tienes que enfrentarte a la pena de muerte de la que te has salvado. – Expresó el alcaide con desinterés y desprecio. El mismo desprecio que había mostrado todo el mundo por Lexter desde que llegó a la cárcel. El chico agarró el boli que le ofreció el alcaide y firmó sin decir más.

-Dale las gracias a tu salvador. Retírate y pasa a recoger tus cosas. Te vas con ellos. - Ordenó Zslitmann.

-Te esperamos fuera. - Añadió Montana.

Tras echar un último vistazo a la sala, el joven preso desapareció por la misma puerta por la que había entrado, deslizándose por los iluminados pasillos hasta su celda.
-¿Eres consciente de lo que has hecho? - preguntó el alcaide de la cárcel cuando Lexter ya era imperceptible. - Te llevas a un asesino a tu casa y te atreves a decir que puede ser de utilidad. Podría asestarte una puñalada en cuanto te dieses la vuelta.

Montana ladeó su sonrisa

-No solo me atrevo a decir que es de utilidad, sino también que no debería estar en esta cárcel.

El alcaide levantó una ceja y achinó su mirada. El comentario del profesor Montana pareció no sentarle bien.

-¿Perdona?, ¿Me estas diciendo que alguien que mata a tres personas no debe estar en la cárcel?

Montana, que estaba apoyado en la mesa del despacho, se irguió e hizo un gesto de acierto con la mano.

-Exacto. Si se da cuenta, las únicas tres personas que asesinó formaban parte de su familia y, hasta ese momento, no tenía antecedentes graves

-Pero sí leves, además, en la mayoría de los casos no tiene nada que ver con cometer el asesinato. - pontificó Zslitmann.

Montana se colocó correctamente las gafas y metió las manos en sus bolsillos, para después mirar fijamente al tozudo alcaide.

-Verá, yo hoy trabajo para la ciencia, pero antes de ello estudié medicina. Es más, todas las investigaciones que hago actualmente, como científico, están relacionadas con el cuerpo humano y sus alteraciones. Estuve estudiando el caso de Ritzemberg y de veras es interesante. Solo conozco un caso más en Inglaterra. El subconsciente de esas personas a veces actúa por sí mismo. Al matar, ese subconsciente se siente saciado y vuelve a dormirse, dejando despertar al estado consciente de la persona, la cual no se acuerda absolutamente de nada de lo que ha hecho. Suele cultivarse normalmente por un exceso de “sufrimiento infantil”.
Zslitmann quedó asombrado, pero no parecía del todo convencido.

-Un poco surrealista,¿no cree? - sentenció el alcaide.

-No tiene por qué creérselo. Además, no importa. Como usted dijo, yo soy el responsable del chico. - Montana dio media vuelta en dirección a la puerta – Gracias por sus servicios.

Caleb, que había estado presenciando la conversación en silencio, se despidió con la mano y siguió al profesor. Cuando dejaron atrás la “planta de arriba” y ya estaban a escasos metros de la salida, Caleb sintió que ya podía hablar sin ataduras.

-Es mentira,¿verdad?

-¿El que? - preguntó el profesor Montana, sin mirar al chico.
-Eso que le has contado al alcaide de la enfermedad y el subconsciente. No le querías decir que es un vampiro,¿no?

-Oh, eso – dijo Montana sonriendo – Si. Es mejor así.

Caleb miró al frente. Había algo que aún no entendía.

-¿Y como lo hiciste? - al ver que el profesor no sabía a que se refería, aclaró su pregunta. -¿Cómo hiciste para entrar aquí, hablar con un preso y sacarlo de aquí?

Montana le miró de reojo

-Tengo mis influencias. Mi sobrina, por ejemplo. Trabaja en la policía nacional de Londres. Ella también me ayudó

Continuaron juntos hacia el exterior de Huensfeld, a la espera de Lexter. Les abrieron la puerta y se acercaron al brillante BMW del profesor, donde se apoyaron en el capó y encendieron un cigarrillo.
Quince minutos después, la puerta de entrada de la colosal prisión volvió a abrirse. Lexter, vestido con desgastadas pero decentes ropas, salió orgulloso.

- Solo uno de cada mil putos delincuentes como tu tienen tanta suerte...no te lo mereces – Dijo uno de los guardias de la entrada con una expresión de repugnancia hacia el chico.

Este se limitó a sonreír y a dedicarle un obsceno gesto con el dedo al guardia. Cuando se hallaba a la altura del coche del profesor, este le indicó que subiera. Una vez dejaron atrás la hostil morada de asesinos, el desgarrador ruido de las llantas al girar cortaban el aire que surcaba las carreteras hacia Schutzenbahn, el barrio donde se encontraba el hotel de los ingleses y donde iban a pasar la noche. Durante el camino Lexter se hallaba inquieto. Miraba por la ventana y a sus alrededores en todo momento, casi para hacerse a la idea de que era libre. Cesó su mirada en los dos individuos, especialmente en Montana

-Vale, ¿De que va todo esto?

Montana le contestó sin levantar la vista de la carretera.

-Ya queda poco para llegar. Te lo diré cuando estemos en el hotel.

El chico le miró rendido ante la difícil personalidad del profesor. No tendría más remedio que esperar. Caleb, que se encontraba sentado junto a Montana, fue entonces el objeto de atención de Lexter. El chico se percató de ello y le miró de reojo. Lexter le sostuvo la mirada durante unos instantes y sonrió pícaramente

-y a ti ¿que te pasa, nenita?, ¿es que te gusto tanto que no puedes evitar mirarme cuando me tienes cerca? - al no obtener respuesta moderó su sonrisa y acercó su rostro aún más al del incómodo chico - ¿o es que me tienes miedo?

Montana despegó su mano izquierda del volante y la posó sobre el pecho de Lexter, para impulsarlo con fuerza hacia atrás, falto de paciencia.

-¡Estate quieto y cállate!-le ordenó.

El joven alemán no estaba acostumbrado a semejante rectitud y seriedad. Soltó un inconforme suspiro y miro al techo. Tras unos instantes se relajó y se acomodó en su asiento. Volvió a sonreír

-Porque me habéis sacado de ese puto infierno, que si no...

domingo, 31 de octubre de 2010

II. INSTINTO MORTAL


Caleb abrió la puerta de su casa, agitado. Apenas se sorprendió de que, aun siendo tan de noche, su madre no hubiese cerrado con llave. Se dirigió a la cocina y abrió con fuerza el frigorífico para ver si encontraba algo para beber que le ayudase a borrar esos incómodos y extraños momentos vividos en la lúgubre casa de ese tal Montana.

- ¿Ya estas aquí? – Oyó decir desde la puerta de la cocina mientras cogía una cerveza. - ¿No ves que sí? No soy un espejismo – Respondió el chico abriendo la lata y llevándosela a la boca. A sus espaldas, su madre yacía con pose cansada. Al ver que Caleb cogía y bebía la cerveza, Catherine se sorprendió y se acercó a él con expresión alterada. Le agarró del brazo y se lo apartó hasta despegar la lata de su boca. Miró el bote de cerveza, luego a Caleb.

- ¿Desde cuando bebes cerveza?...mejor dicho,¿desde cuando bebes? – Preguntó la mujer. Caleb la miró a los ojos fríamente.

-Déjame, no estoy de humor para broncas estúpidas.- Contestó apartando bruscamente el brazo de su madre y dirigiéndose a la ventana que daba a la parte trasera de la casa.

-¡A mi no me hables así, soy tu madre! ¡Y deja esa lata ahora mismo!, no te voy a consentir que bebas, al menos delante de mí. – Exclamó Catherine con un amenazante pero insuficiente tono de voz.

Sin inmutarse por las palabras de su madre, Caleb volvió a darle un trago a su elixir y habló con la mirada en dirección a la ventana, cuyas vistar permitían ver la casa de sus vecinos de atrás.

- ¿Conoces a los Montana?...son una panda de chalados, ¿eh? – Catherine frunció el ceño y se acercó de nuevo a su hijo.

-¿A qué viene eso? ¿Qué ha pasado, Caleb?

El muchacho se dio media vuelta y, sin mirar a su madre añadió:

-Nada. He tenido un encuentro con ellos y por lo que me decían parecían estar colgados. La hija esta buena pero como sea como su padre…

Catherine, sin dejarle terminar, le interrumpió impaciente.

- Caleb te he dicho que me digas que ha pasado, ¡dime que te han dicho!

Su hijo la miró extrañado.

-Mama, ¿Qué coño te pasa a ti también?, ¿es que aquí estáis todos locos o qué?...-El chico se mostró molesto - ¿Para qué mierda quieres saber qué me han dicho?. Mira, me voy a dar una vuelta…¡Aquí tienes tu jodida cerveza! – Exclamó arrojando la lata vacía al suelo con fuerza y cogiendo su abrigo del perchero. Tras esto, abrió la puerta, miró a su madre con expresión disgustada y concluyó la conversación.

- Lo menos que podías haber hecho es felicitarme por mi cumpleaños. Hoy cumplía 18 – Cerró de un portazo y dejó a su madre tras la puerta.

- Tienes razón, hijo. Lo siento – Se oyó susurrar a Catherine, que no pudo evitar echarse a llorar al oír las últimas palabras de su hijo.


En realidad no quiso preocuparla. “Mejor así”, pensó el chico mientras bajaba la calle oscura del Meredith Pub con paso lento y mirada gacha. Pensó que tal vez si le contaba a su madre lo que el profesor Montana le dijo, ella se pondría nerviosa y triste e intentaría investigar sobre el asunto. Tampoco sabía si eso era verdad. Era cierto que el ser de la foto se parecía a él, pero no le entraba en la cabeza la idea de ser un vampiro. Aun así, la confusión le nublaba la mente. Una incómoda sensación le hacía angustiarse por el tema.

Sin apenas darse cuenta, había llegado al cementerio de Brompton, al cementerio donde años atrás enterraron a su padre, cuya tumba se encontraba a escasos metros de la entrada. Con la intención de echarle una visita y dedicarle unas palabras acerca de su extraño y amargo día de cumpleaños, Caleb se adentró en el hogar de los muertos.

- Hoy estoy enfadado, papá. – Dijo el chico arrodillado a los pies de la lápida de su padre. – Ha sido una mierda de día. Como…como una pesadilla. Me han dicho que soy un vampiro. – Soltó una irónica risilla - ¿Te imaginas?, ya tengo que ser el tío más raro del mundo para ser un bicho de esos. Y el más desafortunado también. No se ni porqué pienso en ello. Es imposible… -Murmuró mirando el epitafio de la tumba.


Los que te queremos

y te admiramos,

te recordaremos.

No te olvidamos.

Peter Six.

Siempre en nuestro corazón.”


Caleb rió.

-Que soso. Como se nota que lo eligió mamá.

Hablando en vano con su padre, el chico notó que no estaba solo. Al alzar la cabeza por el ruido y mirar al frente presenció una escena casi cómica: dos hombres vestidos de negro que chismorreaban en voz baja, aunque suficientemente alto como para que Caleb escuchase lo que decían, arrastraban a otro individuo que no parecía estar en muy buenas condiciones.

- ¡Joder tío, como pesa el cabrón. La próxima vez nos buscamos una carreta! – exclamó el más robusto de los dos hombres. Caleb frunció el ceño ante aquél comentario.

- El jefe no nos dejaría. La poli nos tiene cogidos por los huevos. “No podemos levantar sospechas”, siempre dice lo mismo. –le contestó su compañero. El hombre robusto rió

- Como si no levantásemos suficientes sospechas llevando a este puto muerto a rastras.

Caleb, al darse cuenta de la situación, se asustó y calló al suelo torpemente. Los dos hombres oyeron el ruido y ambos miraron en dirección a la tumba de Six. El más corpulento, soltó el brazo del cadáver y prosiguió hablando con tono despreocupado.

- ¡Y hablando de levantar sospechas!, nos han “pillado enteros”, Lenny. Habrá que hacer algo, porque si no luego…- decía mientras metía la mano en el interior de su chaqueta. Caleb seguía tirado en el suelo asustado. Unas gotas de sudor que resbalaban por su frente revelaban su tensión. ¿Se referían a él?, ¿Le habían oído?-…le va a contar a sus amiguitos lo que ha visto, y eso… - hablaba el hombre quitando el seguro de una brillante pistola que acababa de sacar de un bolsillo oculto de su chaqueta. La expresión de Caleb cambió repentinamente. Su tez palideció y emitió un grito de alarma. Se levantó rápidamente pero estaba horrorizado… y paralizado. Sus piernas apenas reaccionaban. – No me conviene. – Concluyó el robusto hombre acompañando sus palabras con el rápido sonido de la bala al salir despedida del cañón del arma hacia el pecho de Caleb. No le dio tiempo a reaccionar. La bala atravesó el cuerpo del chico en milésimas de segundo. No le dio tiempo a pensar siquiera que iba a morir. Allí, en el cementerio junto a la tumba de su padre el día de su cumpleaños. Cuando la sangre comenzó a desprenderse por el orificio de la bala, le pasaban tantas cosas por la cabeza que apenas sintió dolor. Su madre y las últimas palabras que le dedicó, sus amigos, las cosas que no había podido hacer aún, los mágicos ojos de Cindy Montana, esos ojos que le hubiese gustado ver una vez más…

Comenzó a perder las fuerzas. Se desplomó de rodillas y la sangre comenzó a salir de su boca.

- ¡Joder Ben!, le has dado en las costillas. – Gritó Lenny apuntando con su mano hacia el chico moribundo

- ¿Y qué?, se va a morir igual, le doy diez minutos. Luego volveremos a enterrarlo. No hay peligro, a estas horas no va a venir nadie – dijo el orgulloso personaje agarrando de nuevo el brazo del cadáver y dándose media vuelta. Lenny rió dándole la razón a su compañero.

Cuando parecía que todo iba a transcurrir tal y como los hombres esperaban, el dolor de Caleb comenzó a apaciguarse, curiosamente. Su sangre dejó de derramarse y un cosquilleante calor comenzó a correrle por todo el cuerpo. Su corazón empezó a latir con fuerza. Notó que algo en sí estaba cambiando pero no le importó apenas pues su esencia se llenó de sed de sangre.

- ¿Diez minutos?, ¡que groseros! – Sonó a espaldas de los delincuentes con tono ronco y confiado. - ¿Creías que no podía aguantar vivo más de diez minutos?, soy mas fuerte de lo que piensas ¿sabes?, si hubiese tenido algo a mano te hubiese partido la boca antes de morir.

Estas palabras frenaron a Ben y a Lenny. Cuando se dieron la vuelta no podían creer lo que estaban viendo. Ese joven que había sido disparado era ahora una criatura pálida de cabellos blancos y un escalofriante brillo en sus ojos. Ojos de un intenso color carmesí que paralizarían a cualquier mortal que se detuviese a mirarlos.

- Para tu desgracia, “Ben”, voy a vivir más de diez minutos, y más de treinta. A menos, voy a vivir más que tu. – Caleb se levantó – Porque no te has topado con la persona indicada. Ahora, te toca morir a ti.

Ben, aterrado, se dispuso a correr para salvarse, pero no tuvo tiempo. La nueva vida de Caleb le había otorgado, además de una orgullosa confianza en sí mismo, una asombrosa velocidad que fue apenas perceptible para su presa. Antes de que Ben pudiera dar siquiera cuatro pasos, el nuevo ser consciente de Caleb le agarró brutalmente e incrustó sus colmillos, casi como acto reflejo, en el cuello del asesino. Sin permitir un ápice de movimiento le succionó toda la sangre que le hacía falta a la bestia para reponerse. La última gota de sangre que Caleb absorbió, le supo a gloria. Le hizo sumirse en un cielo de euforia y vitalidad. Tal era la adrenalina que recorría su cuerpo que tras terminar con su presa la lanzó con tal fuerza hacia su extremo izquierdo que terminó violentamente clavado en la lanza de Saint George, la estatua que adornaba la fuente del cementerio. Esto no provocó efecto alguno en Caleb pues se sentía vigoroso y activo hasta la médula. Lenny, que contemplaba la escena con ojos de espanto, emitió un desgarrador grito al ver a su amigo insertado en la fuente y quedó paralizado del miedo. El cementerio se impregnó de un aire de carcajadas diabólicas de placer y euforia.

- Maravilloso. Jamás hubiese imaginado que el hecho de estar al borde de la muerte sentase tan bien…ah, es cierto – Los sangrientos ojos del muchacho se clavaron en Lenny. – Todavía quedas tú.

El hombre, envuelto por el miedo, comenzó a temblar cual cordero ante su depredador al ver que Caleb se acercaba a él.

-¿Aprecias tu vida o no te importaría prestarme un poco de eso que corre por tus venas? Todavía tengo sed... – Dijo el chico sonriente.

Apenas terminó Caleb de hablar cuando el hombre se dio la vuelta y corrió como nunca en su vida, desapareciendo entre la bruma oscura que decoraba el cementerio.

Caleb rió. Volvió su cabeza hacia el cuerpo del asesino que había clavado en la lanza de la estatua. Con un gran sentimiento de regocijo, se dispuso a palpar la sangre derramada que se deslizaba por el cuerpo de su víctima para luego degustarla. La sangre caía hasta llegar a parar al agua de la fuente. El chico acercó su rostro al monumento, pero no pudo evitar encontrarse con su reflejo, que brillaba nítidamente por la luz de la luna. Lo que vio hizo detener su acción. Su cabello era blanco y más largo de lo habitual. Sus ojos no tenían un color natural, pues eran tan vistosos como el color de la sangre recién arrancada del cuerpo. El mismo color que bañaba sus puntiagudos y afilados dientes…sus colmillos. Entonces, por primera vez desde el disparo, su cabeza comenzó a funcionar cuerdamente.

¿Qué había hecho?, ¿Había matado a alguien y chupado su sangre?. La expresión de su rostro se apaciguó. Volvió a tener la incertidumbre que inundó su rostro antes de convertirse en…¿Vampiro?

Alzó la cabeza y miró el cuerpo inerte del hombre mundo. Le miró a los ojos, como si este pudiese despertar en cualquier momento y responderle a todas sus preguntas. Caleb estaba volviendo a su ser. Notaba como un calor familiar le recorría el cuerpo. Miró de nuevo su reflejo y se tocó el rostro mientras este volvía a su normalidad. Todo su físico volvió a ser el de antes, excepto sus ojos, que seguían poseyendo el tono carmesí. Al descubrir que la bestia que había hecho todo aquello se trataba de él, expresó un gemido de miedo y confusión. Miró a su alrededor y salió corriendo del cementerio, dejando atrás la espantosa imagen de la fuente de Saint George.

Procurando que sus ojos no fuesen iluminados por la luz de la luna, atravesó velozmente las calles oscuras de la ciudad en dirección a Pembroke Road. Durante el recorrido, Caleb no dejaba de hacerse preguntas. “Porqué” y “Cómo” eran las más abundantes. Sin embargo, no podía evitar pensar que no era todo negativo. “No tiene porqué perjudicarme”- Pensó – “Al fin y al cabo me ha salvado la vida”. Y, aunque le costase admitirlo, esa sensación le había gustado. Le otorgó un placer incluso mayor que sus “sustancias prohibidas” favoritas. Quería descubrir hasta qué punto eso podía repercutirle, quería indagar en todos los rincones de esa nueva identidad que dormía en su interior. Quería respuestas, y sabía quién podía dárselas.


Eran las tres de la mañana y el profesor Montana estaba en el laboratorio revisando sus últimas investigaciones, las cuales le tenían en vela. El ruido de unos intensos golpes en la puerta principal le hizo levantar la cabeza de sus papeles. Los dejó encima de la mesa de trabajo y se acercó a la entrada. Quitó los cuatro cerrojos que aseguraban la entrada y abrió la puerta con cuidado. Lo que había tras ella le esbozó una orgullosa sonrisa.

-¿Qué tengo que hacer? – Preguntó Caleb, decidido.

viernes, 30 de julio de 2010

I. EL DESPERTAR



Caleb despertó el 6 de diciembre con 18 años y…con algo más. Se notaba diferente…su cuerpo ardía, su vista se nublaba, fallaba, notaba un ligero cosquilleo en el interior de sus dientes, sus dientes laterales. Escalofríos intermitentes correteaban por todo su pecho haciéndole retorcerse. El calor que recorría sus venas llegó hasta su cabeza, perturbando sus pensamientos, arañando su mente y apagando su ser consciente, tiñendo su alma de negro y rojo, y despertando su llama fatua de sed de sangre. Sucumbiéndole en un desgarrante grito de dolor.

Catherine Six no puede evitar aterrorizarse al ver como su hijo se retuerce violentamente, grita anormalmente o luce rojo en su dolorosa mirada. Rápidamente, cogió el teléfono y marcó con dedos temblorosos un número de teléfono con muchos ceros y pocos dígitos, con la esperanza de que alguien le contestase antes de que su hijo se fijase en su débil presencia.

-¡Ha despertado!¡Esta despertando!¡Date prisa!¡¡Date prisa!!- fueron las desesperadas palabras de la señora Six a alguien que parecía poder ayudar. Salió corriendo intentando no llamar la atención de Caleb y eligió el armario de su dormitorio como escondite de lo que parecía estar convirtiéndose en un monstruo .Ahí permaneció conteniendo la respiración aun sabiendo que era difícil ocultarse de un engendro que percibía la sangre del ser humano: un vampiro.

Caleb no sabía qué era ahora y porqué se sentía distinto. Solo podía pensar en una cosa. Tan solo tenia una sed que solo podía ser saciada con algo que se encontraba en ese mismo lugar. Se alejó de la molesta luz de la habitación y se dirigió al pasillo. El eco de sus pasos precavidos e impacientes a la vez, llegaban a los oídos de Catherine que sentía que cada vez estaba más cerca. No podía calmar su respiración cada vez más marcada debido al pánico que la invadía. Caleb percibía su sangre cada vez más nítida. Apenas trascurrieron cinco minutos de la llamada de Catherine cuando un tenue ruido se oyó en la parte de atrás de la casa, detrás de la escalera. Sin embargo solo consiguió distraerle. El joven inconsciente quería sangre. Cada vez más y más. Ya quedaba poco. Ya percibía su sustento a apenas quince pasos cuando de repente algo le interrumpió. Notó otra presencia en la casa, muy cerca de él. Al volver la cabeza pudo otear a sus espaldas la figura de un hombre de indecisa pose. Eso enfureció a Caleb pero a la vez le estimuló. –mas sangre-, pensó. La bestia se abalanzó sobre el hombre para intentar alcanzar su cuello y este, forcejeando desesperadamente, parecía estar intentando sacarse algo del bolsillo. Antes de siquiera rozar la piel de su presa, algo penetró el cuello de Caleb, algo minúsculo y doloroso, algo que le aturdió haciéndole caer de espaldas al suelo sin siquiera poder saber qué había sido. Lo último que pudo ver antes de desmayarse fue a ese hombre de mirada desafiante sujetando algo en su mano derecha. Se trataba del objeto que le incrustó en el cuello: una jeringuilla. Pero ya daba igual. Esa jeringuilla llevaba algo que le impedía moverse. Ya no tenía fuerzas. Ya no tenía sed. Su vista se nubló por completo. Sus músculos se paralizaron y quedó inconsciente.


Cuando Caleb despertó le retumbaba la cabeza, era como si le estuvieran dando martillazos en el cráneo. Era un dolor que fue mitigado cuando miró a su alrededor. No estaba en su casa. No era un lugar para nada familiar. Era un ambiente metálico y sombrío, silencioso. Se hallaba en una sala estrecha rodeada de extrañas máquinas que señalaban gráficos y dígitos incomprensibles. Lo único que embellecía ese apagado antro era el enorme cuadro que había al final de la sala justo enfrente de él, que llamó mucho su atención. Se levantó con leve dificultad de esa especie de camilla con unas grandes anillas y unos fuertes lazos que se hallaban sueltos encima de ella y que parecía haberle sujetado minutos antes mientras dormía. Se dirigió al llamativo cuadro. Cuanto más de cerca lo apreciaba, más bello le parecía. Se trataba del retrato de una hermosa mujer con cabellos dorados y rizados que hondeaban libremente acompañando el brillo de sus grandes ojos pardos en los que parecías poder perderte dulcemente sin miedo a quedarte atrapado para siempre. Esa triste oscuridad de sus ojos se suavizaba con una cálida y frágil sonrisa que inspiraba tranquilidad y paz. Era como si esa mujer se fuera a salir del cuadro en cualquier momento. Su magia y vitalidad prendieron por completo a Caleb. Tras admirarla durante un largo minuto envuelto en un halo distinto al mundo, una voz perturbó su armonía.

-¿Te gusta? – preguntó tras unas breves carcajadas alguien que se acercaba por el oscuro pasillo contiguo a la sala.

-A mi también. – Volvió a decir al ver que Caleb no contestaba. Era un hombre imponente, de tez morena y pelo corto claramente acastañado. Llevaba barba de dos días y mirada cansada. Ese hombre era lo único familiar de todo el ambiente. Con las manos metidas en los bolsillos de una bata blanca que parecía de médico o científico, se acercó lentamente hacia el joven pero con la mirada puesta en el cuadro.

-Es mi mujer. – añadió sorprendiendo al joven que expresó incertidumbre y curiosidad en el rostro tras oírlo.-…bueno, lo era.-aclaró apartando la vista del retrato y dirigiéndose al interior de la sala. Caleb echó un último vistazo al cuadro y siguió al hombre. El joven le expresó su más sentido pésame pero el viudo no no mostró sentimiento alguno más que una neutra sonrisa.

-gracias pero no importa, ya hace mucho tiempo.-.Se paró en uno de los ordenadores que habían y miró por un instante a Caleb. Este le devolvió la mirada. El hombre continuó.- murió cuando nuestra hija tenía apenas dos meses,¡y ya tiene 17!...he tenido tiempo para afrontarlo. Además ya me he acostumbrado a vivir sin ella, ese cuadro me hace muchísima compañía, y mi hija es su vivo retrato, no se me ha hecho muy difícil. Por cierto, ¡felicidades! Tu ya tienes 18, aunque me temo que no vas a poder aprovechar el día como te habría gustado…primero, porque has dormido casi diez horas, y segundo,… digamos que hay un pequeño problema contigo y te tendrás que quedar aquí toda la noche. O tal vez más.- Aunque era su cumpleaños, no se sentía nada alegre por ello. No entendía qué era todo lo que le estaba ocurriendo. Tras mirar un poco a su alrededor, Caleb volvió a mirar a ese hombre y, con el fin de encontrar respuestas, preguntó:

-…¿a qué se refiere?...¿y de qué se supone que le conozco?.-

- ¡Oh, vaya!¡perdona!, no me he presentado.-procedió a responder el hombre.-, mi nombre es Edward Montana, conozco a tu madre desde hace un tiempo. Tal vez me hayas visto alguna vez.-dijo mientras manipulaba estrepitosamente una de las máquinas.

- Si, me sonaba su cara. Pero entonces,¿qué hago yo aquí?, ¿qué es este sitio?, y ¡¿por qué me duele tanto la cabeza?!- preguntó el joven cada vez más agobiado.

-Afortunadamente, te puedo contestar a todas las preguntas. Te duele el cuerpo porque te drogué antes de dormirte para anular tus movimientos y paralizar tus músculos. Estas aquí porque hace aproximadamente diez horas estuviste a punto de chuparle la sangre a tu madre que, gracias a Dios, ya esta reponiéndose en tu casa. Y esto es mi laboratorio privado. Me dedico a la ciencia desde antes de que tu nacieras y te tengo retenido, por así decirlo, para informarte de lo que el destino te ha deparado y para prepararte de lo que esta a punto de empezar.- .Explicó Edward sin un ápice de inseguridad en el tono de voz y con la misma sangre fría que un lagarto de alcantarilla. Estos comentarios dejaron a Caleb mas confuso de lo que estaba y comenzó a agotársele la paciencia. Con el ceño fruncido, añadió alterado:

-…espera, ¿Cómo?, ¿Qué me drogaste?¡¿Quién se ha creído que es para hacerme eso?1,¿Cómo que chuparle la sangre?¿esta loco o qué?¡Ni que fuese un vampiro!, y… ¿de qué destino y mierdas me esta hablando?. – terminó golpeando fuertemente con las palmas de las manos en la máquina donde trabajada Montana mientras le miraba a los ojos con los suyos con aires de ira y desesperación. El científico, al ver el ambiente que había ocasionado, se apartó y se sentó en la camilla donde estuvo tumbado Caleb. Con todo el peso en sus brazos apoyado en sus rodillas, bajó su mirada al suelo y respondió con intención aclaradora:

- por muy irreal que parezca, todo esto tiene que ver con los vampiros. …te aconsejo que no te asustes y que me creas…tu eres casi uno de ellos.-

-…¿Qué?...venga ya,¿se está riendo de mi o qué?.- Gritó el joven. El científico se levantó y cogió de otro de los artefactos una foto de instantánea y se la ofreció a Caleb.

- mira esto, yo creo que este individuo pálido e inquietante se parece bastante a ti, ¿no crees?.-

El moreno tono de piel de Caleb desapareció de su rostro cuando clavó su mirada en la foto. Un ser blanquecino y robusto yacía con los ojos cerrados sobre una camilla similar a la de la habitación. Aunque sus rasgos eran similares a los de Caleb, su cabello era más largo y claro que el suyo y de su boca asomaba un brillante colmillo afilado… el profesor no pudo evitar reír al notar la reacción del chico.

- Tomaré tu silencio como un sí…

Caleb le interrumpió dirigiendo un rápido manotazo hacia la foto, haciéndola caer al suelo.

-¡¿Pero de qué coño habla?! ¡Eso no se parece en nada a mi! A…además…¡no sé ni siquiera por qué le contesto a su pregunta! Estoy…perdiendo la paciencia… no…¡usted! ¡usted me la esta agotando! - Gritó Caleb señalando furioso al profesor Montana. Este, sin apenas modificar la expresión en su rostro, se levantó y puso una mano delante del dedo acusador del chico.

- Cálmate, Caleb… Yo te puedo ayudar, solo tienes que cooperar…

-¡¡CÁLLESE!! - Exclamó el joven desesperado – ¡Ya estoy harto de escuchar tonterías!...

-¿Ocurre algo, padre? – una dulce voz se hizo notar desde las profundidades de la habitación y una nueva silueta entró en escena. Caleb, antes de continuar con sus amenazas desvió la mirada hacia donde provenía la voz y, al comprobar de quién se trataba, suavizó inconteniblemente su expresión de desesperación e impaciencia.

- Oh, Cindy. – Dijo Montana refiriéndose a la joven que se acercaba a pasos elegantes hacia los dos individuos. – Disculpa si te hemos molestado…este es Caleb – señaló al joven, que miraba anonadado a Cindy. – Caleb… esta es mi hija.-susurró el profesor con un complaciente tono. Pero no tuvo contestación. El muchacho permanecía mudo con los ojos clavados en la chica. En ocasiones desviaba la mirada hacia el retrato que colgaba de la pared y luego volvía a dirigirla hacia el rostro de la chica, para encontrarse con los mismos profundos y bellos ojos que le habían prendido unos minutos atrás. Era como si la mujer del cuadro hubiese rejuvenecido unos años y se hubiese materializado ante él, con el cabello corto y cara de ángel. Cindy sonrió.

-Así que tú eres Caleb.-La chica le extendió la mano. – Mi padre me ha hablado de ti. Encantada de conocerte.

El embobado chico despertó con sus palabras. Intentó recomponer su compostura pero el perfume de Cindy le hizo ruborizarse. Olía a un fuerte aroma de lavanda.

- Si, un placer, Cindy…

El chico se dejó llevar durante unos instantes por un armonioso ambiente, envuelto en la presencia de la hija de Montana pero, al recordar a este último, soltó con brusquedad la mano de la chica y se exaltó.

-¡Oh!, lo siento…he de irme- dijo Caleb dirigiéndose a la que parecía la salida de la habitación

-¿Y a donde vas?- preguntó el profesor, con tono tranquilo.

-¡A casa! - Le contestó el joven con el ceño fruncido e intentando reprimir su enfado ante la “broma pesada”.

Cuando cruzó el umbral de la puerta Cindy miró a su padre.

-¿No le vas a detener?

-Tranquila- El profesor Montana esbozó una sonrisa conforme – volverá