domingo, 31 de octubre de 2010

II. INSTINTO MORTAL


Caleb abrió la puerta de su casa, agitado. Apenas se sorprendió de que, aun siendo tan de noche, su madre no hubiese cerrado con llave. Se dirigió a la cocina y abrió con fuerza el frigorífico para ver si encontraba algo para beber que le ayudase a borrar esos incómodos y extraños momentos vividos en la lúgubre casa de ese tal Montana.

- ¿Ya estas aquí? – Oyó decir desde la puerta de la cocina mientras cogía una cerveza. - ¿No ves que sí? No soy un espejismo – Respondió el chico abriendo la lata y llevándosela a la boca. A sus espaldas, su madre yacía con pose cansada. Al ver que Caleb cogía y bebía la cerveza, Catherine se sorprendió y se acercó a él con expresión alterada. Le agarró del brazo y se lo apartó hasta despegar la lata de su boca. Miró el bote de cerveza, luego a Caleb.

- ¿Desde cuando bebes cerveza?...mejor dicho,¿desde cuando bebes? – Preguntó la mujer. Caleb la miró a los ojos fríamente.

-Déjame, no estoy de humor para broncas estúpidas.- Contestó apartando bruscamente el brazo de su madre y dirigiéndose a la ventana que daba a la parte trasera de la casa.

-¡A mi no me hables así, soy tu madre! ¡Y deja esa lata ahora mismo!, no te voy a consentir que bebas, al menos delante de mí. – Exclamó Catherine con un amenazante pero insuficiente tono de voz.

Sin inmutarse por las palabras de su madre, Caleb volvió a darle un trago a su elixir y habló con la mirada en dirección a la ventana, cuyas vistar permitían ver la casa de sus vecinos de atrás.

- ¿Conoces a los Montana?...son una panda de chalados, ¿eh? – Catherine frunció el ceño y se acercó de nuevo a su hijo.

-¿A qué viene eso? ¿Qué ha pasado, Caleb?

El muchacho se dio media vuelta y, sin mirar a su madre añadió:

-Nada. He tenido un encuentro con ellos y por lo que me decían parecían estar colgados. La hija esta buena pero como sea como su padre…

Catherine, sin dejarle terminar, le interrumpió impaciente.

- Caleb te he dicho que me digas que ha pasado, ¡dime que te han dicho!

Su hijo la miró extrañado.

-Mama, ¿Qué coño te pasa a ti también?, ¿es que aquí estáis todos locos o qué?...-El chico se mostró molesto - ¿Para qué mierda quieres saber qué me han dicho?. Mira, me voy a dar una vuelta…¡Aquí tienes tu jodida cerveza! – Exclamó arrojando la lata vacía al suelo con fuerza y cogiendo su abrigo del perchero. Tras esto, abrió la puerta, miró a su madre con expresión disgustada y concluyó la conversación.

- Lo menos que podías haber hecho es felicitarme por mi cumpleaños. Hoy cumplía 18 – Cerró de un portazo y dejó a su madre tras la puerta.

- Tienes razón, hijo. Lo siento – Se oyó susurrar a Catherine, que no pudo evitar echarse a llorar al oír las últimas palabras de su hijo.


En realidad no quiso preocuparla. “Mejor así”, pensó el chico mientras bajaba la calle oscura del Meredith Pub con paso lento y mirada gacha. Pensó que tal vez si le contaba a su madre lo que el profesor Montana le dijo, ella se pondría nerviosa y triste e intentaría investigar sobre el asunto. Tampoco sabía si eso era verdad. Era cierto que el ser de la foto se parecía a él, pero no le entraba en la cabeza la idea de ser un vampiro. Aun así, la confusión le nublaba la mente. Una incómoda sensación le hacía angustiarse por el tema.

Sin apenas darse cuenta, había llegado al cementerio de Brompton, al cementerio donde años atrás enterraron a su padre, cuya tumba se encontraba a escasos metros de la entrada. Con la intención de echarle una visita y dedicarle unas palabras acerca de su extraño y amargo día de cumpleaños, Caleb se adentró en el hogar de los muertos.

- Hoy estoy enfadado, papá. – Dijo el chico arrodillado a los pies de la lápida de su padre. – Ha sido una mierda de día. Como…como una pesadilla. Me han dicho que soy un vampiro. – Soltó una irónica risilla - ¿Te imaginas?, ya tengo que ser el tío más raro del mundo para ser un bicho de esos. Y el más desafortunado también. No se ni porqué pienso en ello. Es imposible… -Murmuró mirando el epitafio de la tumba.


Los que te queremos

y te admiramos,

te recordaremos.

No te olvidamos.

Peter Six.

Siempre en nuestro corazón.”


Caleb rió.

-Que soso. Como se nota que lo eligió mamá.

Hablando en vano con su padre, el chico notó que no estaba solo. Al alzar la cabeza por el ruido y mirar al frente presenció una escena casi cómica: dos hombres vestidos de negro que chismorreaban en voz baja, aunque suficientemente alto como para que Caleb escuchase lo que decían, arrastraban a otro individuo que no parecía estar en muy buenas condiciones.

- ¡Joder tío, como pesa el cabrón. La próxima vez nos buscamos una carreta! – exclamó el más robusto de los dos hombres. Caleb frunció el ceño ante aquél comentario.

- El jefe no nos dejaría. La poli nos tiene cogidos por los huevos. “No podemos levantar sospechas”, siempre dice lo mismo. –le contestó su compañero. El hombre robusto rió

- Como si no levantásemos suficientes sospechas llevando a este puto muerto a rastras.

Caleb, al darse cuenta de la situación, se asustó y calló al suelo torpemente. Los dos hombres oyeron el ruido y ambos miraron en dirección a la tumba de Six. El más corpulento, soltó el brazo del cadáver y prosiguió hablando con tono despreocupado.

- ¡Y hablando de levantar sospechas!, nos han “pillado enteros”, Lenny. Habrá que hacer algo, porque si no luego…- decía mientras metía la mano en el interior de su chaqueta. Caleb seguía tirado en el suelo asustado. Unas gotas de sudor que resbalaban por su frente revelaban su tensión. ¿Se referían a él?, ¿Le habían oído?-…le va a contar a sus amiguitos lo que ha visto, y eso… - hablaba el hombre quitando el seguro de una brillante pistola que acababa de sacar de un bolsillo oculto de su chaqueta. La expresión de Caleb cambió repentinamente. Su tez palideció y emitió un grito de alarma. Se levantó rápidamente pero estaba horrorizado… y paralizado. Sus piernas apenas reaccionaban. – No me conviene. – Concluyó el robusto hombre acompañando sus palabras con el rápido sonido de la bala al salir despedida del cañón del arma hacia el pecho de Caleb. No le dio tiempo a reaccionar. La bala atravesó el cuerpo del chico en milésimas de segundo. No le dio tiempo a pensar siquiera que iba a morir. Allí, en el cementerio junto a la tumba de su padre el día de su cumpleaños. Cuando la sangre comenzó a desprenderse por el orificio de la bala, le pasaban tantas cosas por la cabeza que apenas sintió dolor. Su madre y las últimas palabras que le dedicó, sus amigos, las cosas que no había podido hacer aún, los mágicos ojos de Cindy Montana, esos ojos que le hubiese gustado ver una vez más…

Comenzó a perder las fuerzas. Se desplomó de rodillas y la sangre comenzó a salir de su boca.

- ¡Joder Ben!, le has dado en las costillas. – Gritó Lenny apuntando con su mano hacia el chico moribundo

- ¿Y qué?, se va a morir igual, le doy diez minutos. Luego volveremos a enterrarlo. No hay peligro, a estas horas no va a venir nadie – dijo el orgulloso personaje agarrando de nuevo el brazo del cadáver y dándose media vuelta. Lenny rió dándole la razón a su compañero.

Cuando parecía que todo iba a transcurrir tal y como los hombres esperaban, el dolor de Caleb comenzó a apaciguarse, curiosamente. Su sangre dejó de derramarse y un cosquilleante calor comenzó a correrle por todo el cuerpo. Su corazón empezó a latir con fuerza. Notó que algo en sí estaba cambiando pero no le importó apenas pues su esencia se llenó de sed de sangre.

- ¿Diez minutos?, ¡que groseros! – Sonó a espaldas de los delincuentes con tono ronco y confiado. - ¿Creías que no podía aguantar vivo más de diez minutos?, soy mas fuerte de lo que piensas ¿sabes?, si hubiese tenido algo a mano te hubiese partido la boca antes de morir.

Estas palabras frenaron a Ben y a Lenny. Cuando se dieron la vuelta no podían creer lo que estaban viendo. Ese joven que había sido disparado era ahora una criatura pálida de cabellos blancos y un escalofriante brillo en sus ojos. Ojos de un intenso color carmesí que paralizarían a cualquier mortal que se detuviese a mirarlos.

- Para tu desgracia, “Ben”, voy a vivir más de diez minutos, y más de treinta. A menos, voy a vivir más que tu. – Caleb se levantó – Porque no te has topado con la persona indicada. Ahora, te toca morir a ti.

Ben, aterrado, se dispuso a correr para salvarse, pero no tuvo tiempo. La nueva vida de Caleb le había otorgado, además de una orgullosa confianza en sí mismo, una asombrosa velocidad que fue apenas perceptible para su presa. Antes de que Ben pudiera dar siquiera cuatro pasos, el nuevo ser consciente de Caleb le agarró brutalmente e incrustó sus colmillos, casi como acto reflejo, en el cuello del asesino. Sin permitir un ápice de movimiento le succionó toda la sangre que le hacía falta a la bestia para reponerse. La última gota de sangre que Caleb absorbió, le supo a gloria. Le hizo sumirse en un cielo de euforia y vitalidad. Tal era la adrenalina que recorría su cuerpo que tras terminar con su presa la lanzó con tal fuerza hacia su extremo izquierdo que terminó violentamente clavado en la lanza de Saint George, la estatua que adornaba la fuente del cementerio. Esto no provocó efecto alguno en Caleb pues se sentía vigoroso y activo hasta la médula. Lenny, que contemplaba la escena con ojos de espanto, emitió un desgarrador grito al ver a su amigo insertado en la fuente y quedó paralizado del miedo. El cementerio se impregnó de un aire de carcajadas diabólicas de placer y euforia.

- Maravilloso. Jamás hubiese imaginado que el hecho de estar al borde de la muerte sentase tan bien…ah, es cierto – Los sangrientos ojos del muchacho se clavaron en Lenny. – Todavía quedas tú.

El hombre, envuelto por el miedo, comenzó a temblar cual cordero ante su depredador al ver que Caleb se acercaba a él.

-¿Aprecias tu vida o no te importaría prestarme un poco de eso que corre por tus venas? Todavía tengo sed... – Dijo el chico sonriente.

Apenas terminó Caleb de hablar cuando el hombre se dio la vuelta y corrió como nunca en su vida, desapareciendo entre la bruma oscura que decoraba el cementerio.

Caleb rió. Volvió su cabeza hacia el cuerpo del asesino que había clavado en la lanza de la estatua. Con un gran sentimiento de regocijo, se dispuso a palpar la sangre derramada que se deslizaba por el cuerpo de su víctima para luego degustarla. La sangre caía hasta llegar a parar al agua de la fuente. El chico acercó su rostro al monumento, pero no pudo evitar encontrarse con su reflejo, que brillaba nítidamente por la luz de la luna. Lo que vio hizo detener su acción. Su cabello era blanco y más largo de lo habitual. Sus ojos no tenían un color natural, pues eran tan vistosos como el color de la sangre recién arrancada del cuerpo. El mismo color que bañaba sus puntiagudos y afilados dientes…sus colmillos. Entonces, por primera vez desde el disparo, su cabeza comenzó a funcionar cuerdamente.

¿Qué había hecho?, ¿Había matado a alguien y chupado su sangre?. La expresión de su rostro se apaciguó. Volvió a tener la incertidumbre que inundó su rostro antes de convertirse en…¿Vampiro?

Alzó la cabeza y miró el cuerpo inerte del hombre mundo. Le miró a los ojos, como si este pudiese despertar en cualquier momento y responderle a todas sus preguntas. Caleb estaba volviendo a su ser. Notaba como un calor familiar le recorría el cuerpo. Miró de nuevo su reflejo y se tocó el rostro mientras este volvía a su normalidad. Todo su físico volvió a ser el de antes, excepto sus ojos, que seguían poseyendo el tono carmesí. Al descubrir que la bestia que había hecho todo aquello se trataba de él, expresó un gemido de miedo y confusión. Miró a su alrededor y salió corriendo del cementerio, dejando atrás la espantosa imagen de la fuente de Saint George.

Procurando que sus ojos no fuesen iluminados por la luz de la luna, atravesó velozmente las calles oscuras de la ciudad en dirección a Pembroke Road. Durante el recorrido, Caleb no dejaba de hacerse preguntas. “Porqué” y “Cómo” eran las más abundantes. Sin embargo, no podía evitar pensar que no era todo negativo. “No tiene porqué perjudicarme”- Pensó – “Al fin y al cabo me ha salvado la vida”. Y, aunque le costase admitirlo, esa sensación le había gustado. Le otorgó un placer incluso mayor que sus “sustancias prohibidas” favoritas. Quería descubrir hasta qué punto eso podía repercutirle, quería indagar en todos los rincones de esa nueva identidad que dormía en su interior. Quería respuestas, y sabía quién podía dárselas.


Eran las tres de la mañana y el profesor Montana estaba en el laboratorio revisando sus últimas investigaciones, las cuales le tenían en vela. El ruido de unos intensos golpes en la puerta principal le hizo levantar la cabeza de sus papeles. Los dejó encima de la mesa de trabajo y se acercó a la entrada. Quitó los cuatro cerrojos que aseguraban la entrada y abrió la puerta con cuidado. Lo que había tras ella le esbozó una orgullosa sonrisa.

-¿Qué tengo que hacer? – Preguntó Caleb, decidido.