viernes, 30 de julio de 2010

I. EL DESPERTAR



Caleb despertó el 6 de diciembre con 18 años y…con algo más. Se notaba diferente…su cuerpo ardía, su vista se nublaba, fallaba, notaba un ligero cosquilleo en el interior de sus dientes, sus dientes laterales. Escalofríos intermitentes correteaban por todo su pecho haciéndole retorcerse. El calor que recorría sus venas llegó hasta su cabeza, perturbando sus pensamientos, arañando su mente y apagando su ser consciente, tiñendo su alma de negro y rojo, y despertando su llama fatua de sed de sangre. Sucumbiéndole en un desgarrante grito de dolor.

Catherine Six no puede evitar aterrorizarse al ver como su hijo se retuerce violentamente, grita anormalmente o luce rojo en su dolorosa mirada. Rápidamente, cogió el teléfono y marcó con dedos temblorosos un número de teléfono con muchos ceros y pocos dígitos, con la esperanza de que alguien le contestase antes de que su hijo se fijase en su débil presencia.

-¡Ha despertado!¡Esta despertando!¡Date prisa!¡¡Date prisa!!- fueron las desesperadas palabras de la señora Six a alguien que parecía poder ayudar. Salió corriendo intentando no llamar la atención de Caleb y eligió el armario de su dormitorio como escondite de lo que parecía estar convirtiéndose en un monstruo .Ahí permaneció conteniendo la respiración aun sabiendo que era difícil ocultarse de un engendro que percibía la sangre del ser humano: un vampiro.

Caleb no sabía qué era ahora y porqué se sentía distinto. Solo podía pensar en una cosa. Tan solo tenia una sed que solo podía ser saciada con algo que se encontraba en ese mismo lugar. Se alejó de la molesta luz de la habitación y se dirigió al pasillo. El eco de sus pasos precavidos e impacientes a la vez, llegaban a los oídos de Catherine que sentía que cada vez estaba más cerca. No podía calmar su respiración cada vez más marcada debido al pánico que la invadía. Caleb percibía su sangre cada vez más nítida. Apenas trascurrieron cinco minutos de la llamada de Catherine cuando un tenue ruido se oyó en la parte de atrás de la casa, detrás de la escalera. Sin embargo solo consiguió distraerle. El joven inconsciente quería sangre. Cada vez más y más. Ya quedaba poco. Ya percibía su sustento a apenas quince pasos cuando de repente algo le interrumpió. Notó otra presencia en la casa, muy cerca de él. Al volver la cabeza pudo otear a sus espaldas la figura de un hombre de indecisa pose. Eso enfureció a Caleb pero a la vez le estimuló. –mas sangre-, pensó. La bestia se abalanzó sobre el hombre para intentar alcanzar su cuello y este, forcejeando desesperadamente, parecía estar intentando sacarse algo del bolsillo. Antes de siquiera rozar la piel de su presa, algo penetró el cuello de Caleb, algo minúsculo y doloroso, algo que le aturdió haciéndole caer de espaldas al suelo sin siquiera poder saber qué había sido. Lo último que pudo ver antes de desmayarse fue a ese hombre de mirada desafiante sujetando algo en su mano derecha. Se trataba del objeto que le incrustó en el cuello: una jeringuilla. Pero ya daba igual. Esa jeringuilla llevaba algo que le impedía moverse. Ya no tenía fuerzas. Ya no tenía sed. Su vista se nubló por completo. Sus músculos se paralizaron y quedó inconsciente.


Cuando Caleb despertó le retumbaba la cabeza, era como si le estuvieran dando martillazos en el cráneo. Era un dolor que fue mitigado cuando miró a su alrededor. No estaba en su casa. No era un lugar para nada familiar. Era un ambiente metálico y sombrío, silencioso. Se hallaba en una sala estrecha rodeada de extrañas máquinas que señalaban gráficos y dígitos incomprensibles. Lo único que embellecía ese apagado antro era el enorme cuadro que había al final de la sala justo enfrente de él, que llamó mucho su atención. Se levantó con leve dificultad de esa especie de camilla con unas grandes anillas y unos fuertes lazos que se hallaban sueltos encima de ella y que parecía haberle sujetado minutos antes mientras dormía. Se dirigió al llamativo cuadro. Cuanto más de cerca lo apreciaba, más bello le parecía. Se trataba del retrato de una hermosa mujer con cabellos dorados y rizados que hondeaban libremente acompañando el brillo de sus grandes ojos pardos en los que parecías poder perderte dulcemente sin miedo a quedarte atrapado para siempre. Esa triste oscuridad de sus ojos se suavizaba con una cálida y frágil sonrisa que inspiraba tranquilidad y paz. Era como si esa mujer se fuera a salir del cuadro en cualquier momento. Su magia y vitalidad prendieron por completo a Caleb. Tras admirarla durante un largo minuto envuelto en un halo distinto al mundo, una voz perturbó su armonía.

-¿Te gusta? – preguntó tras unas breves carcajadas alguien que se acercaba por el oscuro pasillo contiguo a la sala.

-A mi también. – Volvió a decir al ver que Caleb no contestaba. Era un hombre imponente, de tez morena y pelo corto claramente acastañado. Llevaba barba de dos días y mirada cansada. Ese hombre era lo único familiar de todo el ambiente. Con las manos metidas en los bolsillos de una bata blanca que parecía de médico o científico, se acercó lentamente hacia el joven pero con la mirada puesta en el cuadro.

-Es mi mujer. – añadió sorprendiendo al joven que expresó incertidumbre y curiosidad en el rostro tras oírlo.-…bueno, lo era.-aclaró apartando la vista del retrato y dirigiéndose al interior de la sala. Caleb echó un último vistazo al cuadro y siguió al hombre. El joven le expresó su más sentido pésame pero el viudo no no mostró sentimiento alguno más que una neutra sonrisa.

-gracias pero no importa, ya hace mucho tiempo.-.Se paró en uno de los ordenadores que habían y miró por un instante a Caleb. Este le devolvió la mirada. El hombre continuó.- murió cuando nuestra hija tenía apenas dos meses,¡y ya tiene 17!...he tenido tiempo para afrontarlo. Además ya me he acostumbrado a vivir sin ella, ese cuadro me hace muchísima compañía, y mi hija es su vivo retrato, no se me ha hecho muy difícil. Por cierto, ¡felicidades! Tu ya tienes 18, aunque me temo que no vas a poder aprovechar el día como te habría gustado…primero, porque has dormido casi diez horas, y segundo,… digamos que hay un pequeño problema contigo y te tendrás que quedar aquí toda la noche. O tal vez más.- Aunque era su cumpleaños, no se sentía nada alegre por ello. No entendía qué era todo lo que le estaba ocurriendo. Tras mirar un poco a su alrededor, Caleb volvió a mirar a ese hombre y, con el fin de encontrar respuestas, preguntó:

-…¿a qué se refiere?...¿y de qué se supone que le conozco?.-

- ¡Oh, vaya!¡perdona!, no me he presentado.-procedió a responder el hombre.-, mi nombre es Edward Montana, conozco a tu madre desde hace un tiempo. Tal vez me hayas visto alguna vez.-dijo mientras manipulaba estrepitosamente una de las máquinas.

- Si, me sonaba su cara. Pero entonces,¿qué hago yo aquí?, ¿qué es este sitio?, y ¡¿por qué me duele tanto la cabeza?!- preguntó el joven cada vez más agobiado.

-Afortunadamente, te puedo contestar a todas las preguntas. Te duele el cuerpo porque te drogué antes de dormirte para anular tus movimientos y paralizar tus músculos. Estas aquí porque hace aproximadamente diez horas estuviste a punto de chuparle la sangre a tu madre que, gracias a Dios, ya esta reponiéndose en tu casa. Y esto es mi laboratorio privado. Me dedico a la ciencia desde antes de que tu nacieras y te tengo retenido, por así decirlo, para informarte de lo que el destino te ha deparado y para prepararte de lo que esta a punto de empezar.- .Explicó Edward sin un ápice de inseguridad en el tono de voz y con la misma sangre fría que un lagarto de alcantarilla. Estos comentarios dejaron a Caleb mas confuso de lo que estaba y comenzó a agotársele la paciencia. Con el ceño fruncido, añadió alterado:

-…espera, ¿Cómo?, ¿Qué me drogaste?¡¿Quién se ha creído que es para hacerme eso?1,¿Cómo que chuparle la sangre?¿esta loco o qué?¡Ni que fuese un vampiro!, y… ¿de qué destino y mierdas me esta hablando?. – terminó golpeando fuertemente con las palmas de las manos en la máquina donde trabajada Montana mientras le miraba a los ojos con los suyos con aires de ira y desesperación. El científico, al ver el ambiente que había ocasionado, se apartó y se sentó en la camilla donde estuvo tumbado Caleb. Con todo el peso en sus brazos apoyado en sus rodillas, bajó su mirada al suelo y respondió con intención aclaradora:

- por muy irreal que parezca, todo esto tiene que ver con los vampiros. …te aconsejo que no te asustes y que me creas…tu eres casi uno de ellos.-

-…¿Qué?...venga ya,¿se está riendo de mi o qué?.- Gritó el joven. El científico se levantó y cogió de otro de los artefactos una foto de instantánea y se la ofreció a Caleb.

- mira esto, yo creo que este individuo pálido e inquietante se parece bastante a ti, ¿no crees?.-

El moreno tono de piel de Caleb desapareció de su rostro cuando clavó su mirada en la foto. Un ser blanquecino y robusto yacía con los ojos cerrados sobre una camilla similar a la de la habitación. Aunque sus rasgos eran similares a los de Caleb, su cabello era más largo y claro que el suyo y de su boca asomaba un brillante colmillo afilado… el profesor no pudo evitar reír al notar la reacción del chico.

- Tomaré tu silencio como un sí…

Caleb le interrumpió dirigiendo un rápido manotazo hacia la foto, haciéndola caer al suelo.

-¡¿Pero de qué coño habla?! ¡Eso no se parece en nada a mi! A…además…¡no sé ni siquiera por qué le contesto a su pregunta! Estoy…perdiendo la paciencia… no…¡usted! ¡usted me la esta agotando! - Gritó Caleb señalando furioso al profesor Montana. Este, sin apenas modificar la expresión en su rostro, se levantó y puso una mano delante del dedo acusador del chico.

- Cálmate, Caleb… Yo te puedo ayudar, solo tienes que cooperar…

-¡¡CÁLLESE!! - Exclamó el joven desesperado – ¡Ya estoy harto de escuchar tonterías!...

-¿Ocurre algo, padre? – una dulce voz se hizo notar desde las profundidades de la habitación y una nueva silueta entró en escena. Caleb, antes de continuar con sus amenazas desvió la mirada hacia donde provenía la voz y, al comprobar de quién se trataba, suavizó inconteniblemente su expresión de desesperación e impaciencia.

- Oh, Cindy. – Dijo Montana refiriéndose a la joven que se acercaba a pasos elegantes hacia los dos individuos. – Disculpa si te hemos molestado…este es Caleb – señaló al joven, que miraba anonadado a Cindy. – Caleb… esta es mi hija.-susurró el profesor con un complaciente tono. Pero no tuvo contestación. El muchacho permanecía mudo con los ojos clavados en la chica. En ocasiones desviaba la mirada hacia el retrato que colgaba de la pared y luego volvía a dirigirla hacia el rostro de la chica, para encontrarse con los mismos profundos y bellos ojos que le habían prendido unos minutos atrás. Era como si la mujer del cuadro hubiese rejuvenecido unos años y se hubiese materializado ante él, con el cabello corto y cara de ángel. Cindy sonrió.

-Así que tú eres Caleb.-La chica le extendió la mano. – Mi padre me ha hablado de ti. Encantada de conocerte.

El embobado chico despertó con sus palabras. Intentó recomponer su compostura pero el perfume de Cindy le hizo ruborizarse. Olía a un fuerte aroma de lavanda.

- Si, un placer, Cindy…

El chico se dejó llevar durante unos instantes por un armonioso ambiente, envuelto en la presencia de la hija de Montana pero, al recordar a este último, soltó con brusquedad la mano de la chica y se exaltó.

-¡Oh!, lo siento…he de irme- dijo Caleb dirigiéndose a la que parecía la salida de la habitación

-¿Y a donde vas?- preguntó el profesor, con tono tranquilo.

-¡A casa! - Le contestó el joven con el ceño fruncido e intentando reprimir su enfado ante la “broma pesada”.

Cuando cruzó el umbral de la puerta Cindy miró a su padre.

-¿No le vas a detener?

-Tranquila- El profesor Montana esbozó una sonrisa conforme – volverá